Feliz Navidad

Friday, Dec. 24, 2010
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El Reverendísimo Sr. Obispo John C. Wester de Salt Lake City
By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Nuestra mundo es embelesan con poder en la medida en que naciones e individuos frecuentemente se encierran en fuertes luchas para hacer su voluntad. Las naciones utilizan el poder militar para lograr sus objetivos aún cuando, como en la península de Corea, amenazen la estabilidad del mundo entero. Los partidos políticos utilizan el poder de la comunicación, especialmente el del internet, mientras compiten por el control en el gobierno. Y más y más, los candidatos con dinero utilizan el poder de este para ser elegidos. Las corporaciones utilizan su riqueza y prestigio para influenciar la opinión pública y últimamente para lograr ganancias. Aún en escalas menores, vemos el uso del poder para controlar, manipular o influenciar en los hogares, en los centros recreativos, en los lugares de trabajo, evidenciándose en violencia doméstica, en el maltrato o intimidación en las escuelas y en las prácticas despiadadas para alcanzar una promoción. Sin lugar a dudas, nuestro mundo está cons-tantemente atrapado en luchas de poder que dejan marcas en los rostros de innumerables millones así como en el rostro del mundo.

Es preciso que en este mundo de poder nuestro Salvador llegue otra vez en la Navidad. En muchas maneras, las cosas no han cambiado mucho desde la Natividad de Cristo. Líderes como Herodes aún utilizan recursos violentos para retener el poder, personas vulnerables como María y José que no tenían un lugar en donde pasar la noche son todavía olvidados por los ricos y los empleados como los pastores se encuentran todavía batallando para lograr sobrevivir a pesar de las grandes ganancias cosechadas por Wall Street. Uno podría pensar que Dios debería de haber pensado por adelantado y haberle dado a su hijo algunas herramientas de poder que le permitieran trazarse el camino en nuestro mundo. Y aun así, el Salvador viene a nosotros, aparentemente como la epitoma del no tener ningún poder: la del recién nacido. Como tal él depende completamente de su madre y de su padre para su propia existencia. Cuando de sobrevivir se trata, él no tiene nada que ver para lograrlo. El se encuentra totalmente a merced de los "poderosos’. Recuerdo haber leído acerca de una pequeña niña a quien se le pidió describiera la escena de un pesebre de porcelana, que había sido heredado de generación en generación. Ella respondió con las palabras que sus padres habían repetido una y otra vez, "Es frágil", Sí Cristo llega a nosotros como un ser humano frágil.

1. Y aún así, sabemos a través de los ojos de la fe que Cristo el niño que nació en un pesebre, es el Salvador del mundo. El es el Dios misericordioso, el príncipe de la paz, la esperanza de las naciones. Una vez más se nos recuerda la lección del Adviento, saber concretamente que las cosas no son lo que aparentan. José descubrió esto en un sueño, María lo descubrió en la visita de un ángel, y nosotros estamos invitados a descubrirlo de nuevo mientras contemplamos los ojos del niño Jesús. Cuando vemos más allá de la apariencia de las cosas, nos damos cuenta de que Dios está trabajando en nosotros, como parte de nuestra propia existencia. Lo que pareciera ser un niño indefenso de hecho es el poder de Dios, de hecho, el es Dios, "Quien…no El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual á Dios. Sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…" (Filipenses 2: 6 – 7) .

Dios se volvió uno de nosotros por ninguna otra razón más que porque él nos ama más allá de nuestra imaginación. El secreto del poder de Dios es su amor. La encarnación celebra el amor de Dios por nosotros, un amor que es tan poderoso más que ningún poder en la tierra o en el cielo: " De esto estoy seguro, ni la vida ni la muerte, ningún ángel o príncipe, ningún Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro…" (Romanos 8:38-39)

La Navidad nos enseña que Dios está trabajando en nuestras vidas, Dios en una parte íntima de nosotros, de hecho, en Cristo él es uno de nosotros. Nada es aparte del amor de Dios. Aún en los momentos más difíciles, los más dolorosos, los más obscuros, Dios está conmigo. Eso es lo que Emanuel quiere decir: Dios con nosotros. El mensaje Navideño tiene sus fundamentos en la realidad de que toda creación está atrapada en la providencia del amor de Dios. Cuando regresemos al amor de Dios, confiemos en el amor de Dios, tengamos esperanza en el amor de Dios y cumplamos el amor de Dios, nos convertiremos en el poder del amor de Dios en nuestro mundo tan frágil.

Eso es lo que quiere decir ver a través de los ojos de la fe. Lo que parece un fracaso, un dolor, algo muy duro puede transformarnos si vemos el trabajo de Dios en ello. Visto de esta manera, la vida toma un significado y un propósito más profundo. La enfermedad puede ser una catálisis para confiar más en Dios y su deseo de ser uno mismo con nosotros por toda la eternidad en lugar de vivir nuestras vidas como si fuéramos inmortales. Los fracasos nos orillan a confiar más en Dios y menos en nosotros. Las crisis nos recuerda que Dios tiene el control no nosotros. Verdaderamente no hay nada más poderoso que el amor de Dios. El Barón inglés Acton tenía razón, "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Sin embargo, el bebe en el pesebre da evidencia de que el amor es el antídoto del poder. De ahí que, el amor salva y el amor de Dios salva absolutamente. Una vez que logremos quedar atrapados en el amor de Dios y el amor a nuestro prójimo quien es la semejanza de Dios, entonces nos daremos cuenta de que somos verdaderamente poderosos. Tal vez lo único frágil en la escena del pesebre es si responderemos ante el amor de Dios o seguiremos reteniendo lo que percibimos como poder. La Navidad nos invita a escoger el amor, el amor de Cristo, el poder de Cristo.

A todos ustedes mis hermanos y hermanas en Cristo, les deseo una Navidad llena de bendiciones y mucha paz para el año nuevo. Le pido al niño Jesús que levante sus brazos benditos y nos abrase a todos en la Diócesis Católica de Salt Lake City mientras nos acercamos más a las poderosas maneras del amor. Que el amor de Cristo que se nos presenten esa primer noche de Navidad, que nos guie con poder a través de esta vida hacia la eternidad.

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