La ejecución auspiciada por el estado confronta a la ley de Dios

Friday, Feb. 27, 2015
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By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Traducido por: Laura Vallejo
El reciente debate en la Cámara de Representantes de Utah pareciera sugerir una creciente reconocimiento entre los legisladores del lugar precario que cualquier estado ocupa cuando se trata de tomar el papel que solo Dios tiene.
Representantes debatieron la enmienda de la Pena de Muerte HB 11, una propuesta que reinstituiría la muerte ante un batallón armado para aquellas personas convictas por crímenes capitales. 
Mientras que la pena de muerte en cualquier forma es aberrante, atar a una persona a una silla con una capucha sobre si cabeza con un de tiro al blanco en su corazón es una imagen perturbarte de que una persona no es más que un objetivo del tiro al blanco.
Esta deshumanización de la vida es muy preocupante, por decir poco. Pero no es solo la violencia inherente de cualquier destrucción intencional de la vida humana lo que debemos denunciar. 
En su raíz la pena de muerte es repugnante debido a nuestra firme creencia de que solo Dios puede dar vida y por consecuentemente solo Dios tiene el derecho de quitarla.
Nuestra  fe Católica se basa en la creencia de que cada vida es un regalo y cada momento de la vida es una oportunidad para que Dios trabaje en cada uno de nosotros. 
Al Permitirle al estado que escoja cuando acabar con una vida humana, le damos al estado el poder de apagar los actos  de gracia de Dios en cada individuo. Dios no abandona aun al criminal más violento. 
Él nos ofrece salvación a todos y en todo momento, pero cuando el estado lleva a cabo una ejecución esta termina con la oportunidad delo convicto de regresar a una relación correcta con Dios a pesar de los deseos de Dios, abortando cualquier oportunidad que la persona tuviese de arrepentirse y de ser perdonado por su crimen.
El estado no puede ofrecer ninguna justificación por la práctica continua de interferir con el juicio misericordioso de Dios imponiendo la pena de muerte para crímenes capitales. 
En el caso de la HB 11 por lo menos un representante expresó la tendencia humana de la venganza, común pero problemática. El representante dijo que él quiere ver ‘a personas atroces’ sufrir mientras mueren. 
En cierta manera el representante no está solo sintiendo esto. Muy pocos seres humanos pueden decir que nunca han sentido el deseo de ver a alguien que ha cometido un horrendo crimen ser severamente castigado.
Pero tengo la gran esperanza de que el debate de la Cámara  que termino con un voto de 39-34 demuestre un entendimiento dejado de lado de que ningún juez, jurado, estado, legislatura, individuo o grupo de personas puede decidir que a otra persona se le niegue su humanidad básica.
Por más horrendas que sean las acciones de una persona, la santidad de sus vidas permanece. Estamos llamados por Dios a honrar esto: ”Hermanos no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue”, (Romanos 12:19).
La legislatura 2015 tiene una oportunidad con la HB11. Dado el debate sobre la propuesta, parece que ahora es el momento oportuno para que los legisladores discutan la santidad de la vida y cómo es denigrada por la actual poliza estatal de sancionar matando gente como retribución.
 Los legisladores deben de abandonar la HB11 y en su lugar considerar en estudio a fondo de la pena de muerte en Utah. 
Con un poco de gracia, una mirada mas cercana a la penalidad revelara sus muchas fallas y resultará en una abolición eventual de la pena de muerte, regresando a Utah a la reverencia de la creación que Dios planeo.

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