'La muerte con dignidad' es una enfermedad concebida en la legislación

Friday, Mar. 06, 2015
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By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Traducido por: Laura Vallejo
Toda la vida es un regalo. Con toda su belleza, embrollos, que a veces parece insufribles, a veces con momentos de inspiración, la vida es una serie de oportunidades para experimentar el inmenso amor que Dios nos tiene.
 Cualquiera de esos momentos de gracia se pierden si elegimos abortar la vida [así sea por nuestra propia cuenta  o por la de alguien más] antes de que sea tiempo, incluyendo tales propuestas como la llamada Muerte con Dignidad considerada en la Legislatura.
Cada momento de nuestras vidas está impregnado de gracia. Conforme experimentamos los retos únicos de una enfermedad terminal, la gracia puede llegar a nosotros reconectándonos con antiguos amigos, restaurando relaciones, perdonando siendo perdonado, o explorando más a fondo el amor de Dios. 
La HB 391 ‘Muerte con Dignidad de Utah’ anima a que cualquier persona mayor de 18 años corte los lazos de esas relaciones potenciales con Dios y con sus semejantes como una manera de manejo de dolor. Las organizaciones que promueven el suicidio asistido muestran una imágen del dolor como algo que se debe evitar a cualquier costo. 
Están alentados por las compañías farmacéuticas y otras, a gastar billones de dólares publicitando que el dolor es el enemigo. En verdad, el dolor es un regalo de Dios que nos dice que pongamos atención a nuestros cuerpos y a nuestra salud; nos anima a buscar atención médica. El dolor es también parte de nuestra vida como seres humanos, una que Jesús compartió. 
Imagínense si en lugar de ayudar a Cristo a cargar su Cruz, Simón le hubiera dicho que acabara con su miseria allí mismo. Sin el Vía Crucis y la Crucifixión, no habría redención para ninguna persona.
Afortunadamente, Dios cargó su Cruz y murió en ella, haciendo que la redención sea una posibilidad para todos.
Legalizar la muerte como un tema del estado no sólo desanima a las personas que sufren experimentando la gracia de Dios, nos anima a todos a darles la espalda a los marginados, a abandonar a los que sufren, y a devaluar la vida del ser humano.
Tal ha sido el resultado de la ley de suicidio asistido de Oregón, de la cual se ha moldeado la propuesta de Utah. Estudios de la ley de Oregón indican que desde su ejecución en 1997 la mayoría de las personas que buscan asistencia para el suicido no están tratando de aliviar dolores intensos. 
En su lugar, buscan la muerte porque están deprimidos, carecen de familiares cercanos que los apoyen emocionalmente, u no quieren ser una carga para otros. En pocas palabras, están solos y vulnerables. En lugar de que se les brinde tratamiento o apoyo emocional, la ley de suicidio asistido les ofrece una solución permanente para esos problemas con solución.
Aún para los que no buscan el suicidio, la ley de Oregón  ha impactado negativamente la calidad de sus últimos días de vida. En un estudio nacional en el 2002 la  Coalición ‘Last Acts’ que evalúa los estados en cuanto a sus cuidados, le dio a Oregón una ‘D’ por su cuidados a los ancianos, ‘C’ a los hospital que reportaron programas de manejo de dolor ‘E’ y ‘F’ para el porcentaje de hospitales que reportan programas de cuidado paliativo, una ‘C’ a las casas que asisten a residentes con dolores persistentes y una ‘C’ en la fuerza de las pólizas del estado en cuando a médicos de cuidados primarios que están certificados en medicina paliativa.
 El estudio también notó que Oregón no estaba dentro de los 30 estados con coaliciones nacionales o con asociaciones para mejorar el cuidado de las personas que se están muriendo.
Desafortunadamente, el crecimiento de las leyes de la eutanasia no es un fenómeno del Siglo XXI. San Juan Pablo II abordo el tema en el Evangelium Vitae de 1995: “Las opciones contra la vida proceden, a veces, de situaciones difíciles o incluso dramáticas de profundo su-frimiento, soledad, falta total de perspectivas económicas, depresión y angustia por el futuro. 
Estas circunstancias pueden atenuar incluso notablemente la responsabilidad subjetiva y la consiguiente culpabilidad de quienes hacen estas opciones en sí mismas moralmente malas. 
Sin embargo, hoy el problema va bastante más allá del obligado reconocimiento de estas situaciones personales. 
Está también en el plano cultural, social y político, donde presenta su aspecto más subversivo e inquietante en la tendencia, cada vez más frecuente, a interpretar estos delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos.”
El derecho actual que tenemos no es elegir cuando y quien muere, eso no es vivir la vida con dignidad. “’Muerte con Dignidad’ no se logra terminando la vida de una persona, sino asegurando que las personas que van a fallecer tengan cuidados amorosos durante sus últimos días y no están siendo artificialmente privados de experimentar la Gracia de Dios antes de que Él mismo los llame.

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