Reflexión 9 –Plegarias Eucaristícas, Parte I

Friday, Feb. 10, 2023
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By Special to the Intermountain Catholic

Nota editorial:  Esta es parte de una serie  de reflexiones sobre la importancia de la Eucaristía y lo que significa ser personas de la Eucaristía. Estas reflexiones son parte del Avivamiento Eucarístico de la Diócesis de Salt Lake City, el cual tuvo comienzo el 19 de junio y concluirá en el mes de julio del 2024, con el Congreso Nacional Eucarístico a realizarse en Indianápolis.

Estas reflexiones han sido diseñadas para ser leídas por un sacerdote, diácono o ministro durante las Misas,  después de la oración posterior a la comunión. Estas aparecerán impresas en este periódico, así como en el sitio diocesano en línea www.dioslc.org. La serie de reflexiones continuarán hasta el mes de junio del 2023 en preparación para el 9 de julio del 2023, día en que se celebrará el Rally Eucarístico Diocesano en el Centro Expositor Mountain América en Sandy.

Todos los momentos de la vida cristiana están destinados a llevarnos a un eventual encuentro personal con Cristo. Eso significa que cuando comienza la Misa, empezamos a dar los primeros pasos hacia un encuentro real con la persona de Jesús. Hasta ahora, en la Misa, hemos percibido la presencia de Cristo de manera sutil, incluso reconociendo su presencia a través de la Palabra, pero ahora hemos llegado al momento en que nuestro encuentro con Él se hace físico, tangible y completo.  

Todos los momentos de nuestra vida cristiana nos conducen a este momento concreto de la Misa. Por ser éste el momento más importante de la Misa y la Fuente y Cumbre de la Vida Cristiana, requerirá un análisis profundo y extenso. Por eso, para esta reflexión, nos centraremos en la primera parte de la oración Eucarística.

Comienza con un momento de participación comunitaria que se inicia con la llamada y respuesta que se repite a lo largo de la Misa: “El Señor esté con nosotros y con tu Espíritu”. Dios está realmente presente aquí con nosotros. Luego, decimos: “Levantemos el corazón – lo tenemos levantado hacia el Señor”. Mientras el sacerdote tiene las manos extendidas en la antigua posición de “orans” rezando en la persona de Cristo, nosotros, como congregación, emulamos la petición interior que se encuentra con más frecuencia en las representaciones artísticas de María; en lugar de te-ner las manos extendidas cuando se dirige a Dios, las mantiene cerca de su corazón con los ojos elevados al Cielo, atesorando todas estas cosas en su corazón (Lucas 2:51).

Finalmente, decimos: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios, es justo y necesario”. Con esta respuesta final, el sacerdote habla a Dios en nuestro nombre de que es verdaderamente justo y necesario, nuestro deber, darle gracias porque se le debe. Esta oración se llama Prefacio, y proclama la grandeza de Dios que se encuentra a lo largo de la historia, la historia que hemos estado reviviendo a lo largo de la Misa, y en nuestras propias vidas. El Prefacio termina con un llamamiento del Sacerdote para que repitamos las palabras pronunciadas por los coros de los Ángeles en el Cielo.  

El Sanctus comienza con “Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo...”. Dado que la Misa es intrínsecamente bíblica y se basa enteramente en lo que se puede encontrar en las Escrituras, recibimos estas palabras tanto del Antiguo Testamento en Isaías como del Nuevo Testamento en el libro del Apocalipsis. Estas son las palabras pronunciadas por los seres más puros en la presencia inmediata de Dios en el Cielo. Esto es algo importante. Nos revela que, en este momento exacto de la Misa, y sólo en la Misa, estamos recibiendo una visión del Cielo mismo.

Esta visión del Cielo no se debe a la comunidad o al sacerdote, ni siquiera a la belleza de la iglesia. Es la eventual presentación de la Eucaristía. A estas palabras se une el saludo con el que se saludó a Jesús al entrar en Jerusalén por última vez antes de su muerte en la cruz, subrayando aún más que el sacrificio de Cristo es la visión celestial.

La congregación se arrodilla ahora. Nos arrodillamos porque estamos a punto de vivir algo monumental. No se trata de una “ce-lebración” como lo son otros momentos de la Misa en los que nos ponemos de pie. Tampoco es un momento pasivo para que nos sentemos mientras esto sucede. Arrodillarse indica que está ocurriendo algo que requiere que nos humillemos para entenderlo.

Algunas de las primeras palabras que pronuncia el sacerdote cuando nos arrodillamos se llaman Epíclesis - invocando al Espíritu Santo para que descienda sobre las ofrendas hechas por manos humanas para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, Jesucristo, por cuya orden celebramos estos misterios.

El sacerdote extiende sus manos sobre las ofrendas de la misma manera que el sacerdote del Templo extendía sus manos sobre los sacrificios que se presentaban en el altar en el antiguo judaísmo.

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