Reflexión por el Aņo de la Misericordia

Friday, Nov. 11, 2016

Todos tenemos una historia que contar acerca de nuestras experiencias y de cómo respondemos a la misericordia de Dios en nuestras vidas diarias. Yo crecí en una casa santa con mis dos padres. En cada habitación había un crucifijo y una pequeña fuente con agua bendita. Juntos, orábamos antes de la comida, asistíamos a Misa todos los domingos, durante la Cuaresma realizábamos el Viacrucis Y participábamos con regularidad en el Sacramento de Reconciliación.
Pero fue la devoción de mi padre a la Virgen María lo que me abrió los ojos a como uno responde a la misericordia de Dios en nuestras vidas. Mi padre le pidió por la misericordia de Dios y por su protección cuando fue soldado durante la II guerra mundial. 
Cuando el abrió las puertas a María a su vida, ella lo llevó a una muy profunda, íntima y personal relación con Jesús. Me dí cuenta que, en los momentos más obscuros de mi vida, Dios siempre me dió esperanza, amor y cariño. Dios mostró su misericordia en las personas de su alrededor. 
No había un día que él no asistiera a Misa o al final de su día visitara una iglesia para agradecerle a Dios por su amor y misericordia.
Mi querido padre no me explicó todo esto, sino que yo fui testigo en el corto tiempo que compartí con él. En esta etapa de mi vida, me doy cuenta que el tratar de llevar una vida con misericordia comienza como un hábito y me ha formado a reconocer una canción de alabanza y a darle gracias a mi padre por su gran ejemplo y por la oportunidad de experimentar la gracia que esto conlleva. 
Como esposa, madre y abuela, mi esperanza es que ellos vean en mí el mismo modelo que yo vi en mi padre.
 Marcie Downs
Presidenta del Consejo Diocesano de Mujeres Católicas,  DCCW

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