Reflexión por el Aņo de la Misericordia
Friday, May. 20, 2016
By Special to the Intermountain Catholic
Una reflexión personal en el Año de la Misericordia.
Yo no puedo olvidar todo lo que he recibido de mi madre. Su cuidado materno, sus sacrificios personales, sus largas horas de trabajo para proveer alimento para mis hermanos y para mí y sus sabias palabras motivándonos a estudiar y salir bien en la escuela. Tampoco olvido su disposición y energía, siempre lista para brindarle la mano a quien lo necesitara: a sus hijos, a sus nietos, sus hermanas, al vecino, incluso al que no conocía. Mami ha vivido su larga vida sintiendo compasión y misericordia por los demás.
Ahora que ella ha llegado a su ancianidad, siento la gran responsabilidad de corresponderle y cuidar de ella con ese mismo esmero y amor con que lo hizo con todos nosotros, especialmente conmigo.
Atender a los padres que envejecen es algo que la conciencia te señala. Y no es tarea fácil en este mundo donde puede ser muy fácil ser indiferente o intolerante con los mayores. Pero si lo hacemos con corazón agradecido, esta tarea se vuelve más liviana.
A sus 89 años, la vivacidad de mamá al igual que sus movimientos físicos han disminuido. Es difícil para mí verla tan apagada y lenta y a veces siento que mis energías también se agotan. Pero cuando entro en conversación con Dios Misericordioso, Él de manera cariñosa me recuerda que debo llenarme de fuerzas para cuidar de mi madre con esa misma compasión que Él tiene por nosotros.
El tiempo que dedicamos a nuestros padres ancianos es el mayor regalo que le podamos dar y la mayor bendición que podemos recibir.
Las Sagradas Escrituras así también lo confirman. “…Honra a tu padre con obras y palabras, y así recibirás toda clase de bendiciones”. (Eclesiástico 3:8)
Marylin Acosta
Parroquiana de Santa Rosa de Lima, Layton
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