Respondiendo al llamado de Dios/ 'No hay palabras para describir la inmensa gratitud que le tengo a Dios'

Friday, May. 04, 2018
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By Special to the Intermountain Catholic

Nota del editor: Esto es el segundo artículo de una serie de historias personales sobre vocaciones de seminaristas, mujeres religiosas, diáconos y sacerdotes de la diócesis Católica de Salt Lake City.

Hermana Carmelita Teresa de la Santa Familia

¿Existe la vida después de la muerte? Me pregunto una y otra vez cuando veo el cuerpo de mis hermanas acostado sin vida.

Tenía doce años. Amaba mucho a mi hermana y su muerte cerró totalmente mi alma. Las lágrimas no me tranquilizaban; el amor de mi familia no me confortaba... Pero gracias a Dios mi padre insistió en que yo fuera a diario a Misa con él. Fue la Misa la que me devolvió la vida, la que me sacó de mi depresión y miedo y me dio el deseo de trabajar por algo que duraría para siempre. Si, trabajaría para Dios, Y solo para Dios a quien ahora sirvo.

Dios trabaja de maneras misteriosas. Él nunca me habló y me dijo que quería que fuera monja o a cuál orden religiosa debería de entrar, pero Él nunca me dejó sola durante esos años difíciles en donde trataba de ver hacia donde iba.

Durante mi último año en la preparatoria y mi pri-mer año en la universidad, sinceramente pensé que Dios quería que yo fuera una hermana misionera; además, yo era voluntaria en varias organizaciones.

 Sin embargo, entre más lo hacía, mas quería hacer más. Algo me faltaba, la paz no estaba en mi corazón. Quería ayudar a todo el mundo, pero ¿cómo hacerlo? La verdad era que después de todos mis ‘haceres’ mi alma solo estaba hilada con el Señor. Después de muchas horas de oración y de Misas, nuestro amoroso y misericordioso Dios puso en mi corazón el deseo de ser Carmelita; la repuesta que tanto estaba buscando: no puedo hacer más que orar por el mundo entero a través de la oración amorosa y el amor por Él. ¡Alabado Dios encontré mi vocación! Paz una vez más, en mi corazón y en mi alma, y esta es solo un don de Dios.

Han pasado 18 años desde que dejé mi casa para ingresar al monasterio Carmelita. Han sido los 18 años llenos de mayor gracia. No existen palabras para describir la inmensa gratitud que le tengo a Dios. Es una gran bendición y honor el estar en el monasterio Carmelita. No soy nadie para estar allí, sin embrago Dios misericordioso me ha elegido. Oro para que persevere hasta el final. Para que mi vida sea una de agradecimiento a Él. Estoy eternamente agradecida por las oraciones que mis amigos y mi familia han ofrecido a mi nombre.  

Los pequeños sacrificios que he hecho para seguir a Dios no son nada comparados con la profunda paz que he recibido de Él. Sosteniéndome fuertemente a nuestra fe. Acogiendo a la Santa Eucaristía. Dios nunca nos deja solos si humildemente lo buscamos con nuestros corazones amorosos.

Si, existe la vida eterna después de la muerte, pero no me la gano solo por mis méritos, solo es a través de la misericordia de Dios. El cielo no está lejos. De hecho, el cielo puede estar aquí mismo, en el monasterio Carmelita y en nuestras almas.

Traducido por: Laura Vallejo

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