Este tiempo es perfecto para que juntos comencemos nuestro camino espiritual. En el mundo de la creación, la Madre Tierra despierta tanto con la primavera y con la vida nueva. El sol sale más temprano y se va más tarde, el frío del invierno se desvanece con el caluroso despertar del sol; los manzanos alguna vez rojos vuelven a la vida floreciendo.
En tan solo unos días la Iglesia Católica en todo el mundo celebrara su propio tiempo de primavera de la nueva vida. La Pascua está muy próxima. La Resurrección de Cristo desde su muerte nos trae nuevos comienzos, ofreciendo la oportunidad de ver y experimentar cosas con nuestras mentes y nuestros corazones renovados.
Ese día nos regocijaremos, con los sonidos de las campanas y los alegres ‘Aleluyas’, y proclamaremos que aquel que murió ha resucitado. Cristo “ha roto las barras de la prisión de la muerte”, él está “regresando del dominio de la muerte, ha cambiado su luz pacífica sobre la humanidad y ahora vive y reina por los siglos de los siglos”.
Sanar a quienes tienen el corazón herido, liberar a los prisioneros, confortar a quienes sufren, son metas nobles.
Sin embargo, son lo que precisamente nuestras promesas bautismales nos llaman a hacer. Aún así, pueden ser una abrumadora tarea el saber en dónde comenzar esta nueva fase de nuestro camino siguiendo los pasos de Nuestro Señor a la Cruz, y a la vida eterna.
Así es que sugiero que le permitamos a la naturaleza, a la nueva vida de la primavera, poner el tono para nuestra Iglesia local llevándonos al renacimiento de nuestra fe como seguidores de Cristo y a una renovación de nuestro compromiso a la misión de la proclamación de la salvación de Dios.
Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco dijo: “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados.
Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. (Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDIUM #120).
La misión de hoy de la Iglesia es la misma- acercar a las personas a Dios para ayudarles a celebrar un encuentro con Cristo y para que redescubran la presencia de Dios en sus vidas.
El renacimiento espiritual de nuestra fe y el compromiso renovado serán nuestras estrellas guías conforme y los lleve por el camino llevando juntos nuestra misión. Sin embargo, no puedo hacerlo por mí mismo sino necesito la cooperación de todos. La primavera de la Nueva Evangelización en nuestra diócesis es una tarea a la que todos los Católicos nos debemos de comprometer.
Requiere del compromiso de toda la comunidad de fe de traer esa renovación espiritual entre nuestros sacerdotes, diáconos, mujeres y hombres religiosas y entre los laicos; en nuestras parroquias y escuelas, ministerios sociales y pastorales y en los demás componentes de la vida de la Iglesia.
Aquí están las prioridades esenciales que humildemente comparto con ustedes para una tarea pastoral diocesana compartida:
Encontramos nuestra identidad Católica en la celebración de la Santa Misa y en la celebración de los Sacramentos.
Estos son los canales de la gracia de Dios, la fuente de la vida nueva, el alimento, el perdón y de otros dones espirituales. La renovación llama para una vibrante y edificadora celebración litúrgica del Domingo así como de otras formas de alabanza.
Como Iglesia, el pueblo de Dios originario de va-rias culturas se reúnen alrededor del altar como una sola familia aún en la diversidad, dando la bienvenida, con entendimiento acogiendo nuestras diferencias y cosas en común.
Cultivemos las vocaciones dentro de las familias y las escuelas acompañándolas de oraciones constantes pidiendo, invitando y siendo testigos de nuestra vida para que así más hombres y mujeres puedan ser inspirados para seguir este camino de vida.
Las enseñanzas Católicas no deben de permanecer en secreto. Parte de nuestra misión es ser instrumentos de justicia y paz respetando la dignidad de cada persona y promoviendo el bien común.
Cristo creó la institución del matrimonio como algo sagrado, haciendo a la familia un santuario de vida, una iglesia doméstica en donde Dios reside, y el corazón de amor de la civilización. Hoy en día una familia sana todavía forma la base de una sociedad sana.
Los valores confusos y las varias enfermedades de la moral, hoy en día dañan a nuestras familias. Debemos enseñar y sostener la verdad fundamental del matrimonio como una amorosa unión entre un hombre y una mujer, fortaleciendo esta unión espiritual con oraciones.
Reconocer la importancia de una preparación formal antes del matrimonio o de la formación contínua para parejas para así apoyarlos cuando se enfrentan a los retos de la vida familiar.
La justicia y la caridad son otros importantes componentes de nuestra misión de evangelización. Amar a nuestros semejantes y a nuestros pequeños revela nuestro amor por Dios.
La justicia marca la correcta relación ente las personas que nos permite ver en los demás., en los pobres, en los desempleados, en los adictos, en los enfermos, en los más alejados de nuestra sociedad, en los indocumentados y en los refugiados, el rostro de Cristo.
Es por esta razón que debemos renovar nuestro apoyo fortaleciendo nuestros ministerios diocesanos y parroquia es de justicia para que así estos se conviertan en centros de distribución de caridad y dispensadores de las bendiciones de Dios, especialmente entre los más necesitados.
Intensifiquemos nuestra oración para que la Gracia de Dios anime a nuestros corazones, moldee nuestras mentes y guie nuestros corazones a una mayor unidad y paz, extinguiendo el odio, abriendo nuestros caminos hacia el entendimiento mutuo, y construyendo puentes no muros que conecten.
Como dijo el Papa Francisco “la comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad” y añade que “las palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos”. (Papa Francisco Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2016.)
Tales diferencias resultan en odio, hostilidad y desconfianza. El antídoto es el diálogo bañado de caridad que nos permita reconocer la santidad de la vida desde el vientre materno; el conocer y dar la bienvenida a los extranjeros, los pobres, los enfermos, los indigentes, los inmigrantes y refugiados como nuestros hermanos y hermanas; destruyendo las murallas que nos separan y en su lugar constru-yendo puentes; aceptándonos los unos a los otros con amor y respeto mutuo por la dignidad de la persona como un amigo.
Como Obispo de Salt Lake City, les pido que nos esforcemos para hacer que la Nueva Evangelización realmente se convierta en parte del día a día de nuestra Iglesia local. La Nueva Evangelización nos reta a vivir nuestra identidad y misión como discípulos de Jesús. Salgamos de nuestras zonas de confort, contactemos a todos nuestros hermanos estableciendo amistades con todos aun con quienes están en los márgenes de la sociedad y en las periferias para que así nadie sienta la amargura del aislamiento y del abandono.
Llevemos la Buena Nueva del amor de Dios a todo el mundo y a toda persona que conozcamos bien sean nuestros vecinos o unos totales desconocidos. Con el espíritu de discípulos Cristianos, compartamos nuestro encuentro personal con Cristo con nuestra familia, amigos y con las demás personas y hagámoslo día a día con entusiasmo y alegría a donde quiera que vayamos – en las calles, en los lugares públicos, en la escuela, en el mercado o donde quiera que uno se encuentre. (Evangelli Guadium #127).
Los miembros de la Iglesia, están llamados a ser discípulos misioneros de Cristo. Es así que no debemos cometer el error de tratar de acaparar la totalidad de la bondad de Dios dentro de las paredes de nuestra Iglesia.
La Cristiandad es una religión construida con el espíritu de compartir. Como Dios compartió su amor por nosotros a través de Cristo Su Hijo, así nosotros estamos llamados a compartir la Buena Nueva con todos, no sólo con quienes están en las bancas de la iglesia sino en nuestros lugares de trabajo y en nuestras comunidades.
Para esto, debemos de transformarnos en mi-sioneros para que así podamos llevar a Cristo a los pobres, a quienes tienen el corazón roto, a quienes han dejado la Iglesia, así como a quienes aún no han escuchado sobre Cristo y nunca han tenido un encuentro con El en sus vidas.
Para ser misioneros de caridad con corazones compasivos y con la habilidad de sanar heridas, acogiendo los corazones de los demás convirtiéndonos en hermanos y hermanas, el Papa Francisco recomendó que establezcamos nuestras parroquias Iglesias como campos de hospitalidad siempre listos para abrirse y recibir a los enfermos vendando sus heridas y en donde la compasión y misericordia es repartida.
Cada uno de nosotros tenemos heridas que sanar. Dejemos que nuestra Iglesia nos ofrezca el bálsamo reconfortante del pueblo de Dios y ofrezcámosle los ungüentos reconfortantes a los demás aún cuando tome parte en nosotros mismos.
Sé que hay muchos retos en la fe. Nuestra sociedad se burla de nuestros esfuerzos para preservar la dignidad de la vida.
Nos encontramos con oposición cuando hablamos en contra del aborto; cuando insistimos en que los indigentes, los pobres, los enfermos, los prisioneros, y aquellos quienes son adictos a sustancias dañinas deben de ser vistos como personas merecedoras de respeto a pesar de sus circunstancias; cuando animamos a nuestros vecinos y a nuestro estado y a nuestra nación a dar la bienvenida a los inmigrantes y a los refugiados. Estos en verdad son retos, pero contamos con la gracia de Dios. Él es claro “ en verdad les dijo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.” (Mateo 25:40).
Así es que no tengan miedo y sean valientes. Después de todo, la misión no es nuestra, sino de Cristo, quien siempre está con nosotros.
Este es nuestro mandamiento común de Cristo y sus discípulos. Permanezcamos juntos acompañándonos y guiando a los demás hacia Dios. Conforme caminamos juntos como una familia de fe, esperamos establecer el Reino de Dios de amor, justicia y paz a lo largo de nuestro camino.
Les pido que tomemos este bendito tiempo para renovar nuestro compromiso a nuestra vocación y servicio. Haciéndolo, unidos en el servicio de Dios, en verdad seremos robles de justicia sembrados por el Señor, desplegando nuevas hojas para mostrar Su gloria en este hermoso tiempo de primavera en las montañas rocosas.
La Pascua ha llegado a nosotros para llevar la novedad y juventud, el renacimiento y la novedad de la vida.
Es un momento sacro y una maravillosa oportunidad para permitir que nuestra renovada fe transforme nuestros corazones y nuestras mentes. A través de la intersección de Nuestra Señora de Guadalupe, que Dios nos bendiga para que trabajando juntos en unidad y solidaridad como una familia de fe, un tiempo de primavera para la Nueva Evangelización sea una realidad en nuestra Iglesia aquí en la Diócesis de Salt Lake City.
Obispo de Salt Lake City
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