A Belén se va cantando...Mi primer adviento

Friday, Dec. 16, 2011
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Un tradicional nacimiento Navideņo ejemplifica el nacimiento de Jesús.

Por el Pbro. Eleazar Silva

Especial para el Intermountain Catholic

Como ya lo había contado en otras ocasiones, yo crecí en la casa de descanso de un banquero millonario en México, en la que mis padres trabajaban como sirvientes. Éramos un familia muy humilde, pero unida y feliz. Los patrones de mis padres eran una familia muy católica, de tradiciones muy arraigadas, que me sirvieron, junto con la fe de mis padres, para modelar mi fe y mi vocación al sacerdocio. Fue en esa casa donde alrededor de los cuatro años de edad yo viví mi primer adviento.

Por ahí de mediados de diciembre, los dueños de la casa, sus hijos y sus nie-tos, llegaban a pasar Navidad. La casa se tornaba en fiesta, y en el ambiente sólo se respiraba la anticipación de la llegada del Niño Dios. Todo comenzó con el diseño de lo que sería el nacimiento. Recuerdo que había una gran escalera que subía a un estudio que no se usaba. Poco a poco, los niños la fuimos llenando de heno, musgo y rocas que trajimos del jardín. Aquello tenía que lucir como Belén. Y aunque ninguno de nosotros había visto Belén, todos ya soñábamos con que así habría sido el lugar donde nació el Redentor, como nuestra escalera transformada en montaña.

Luego los adultos colocaron las luces. Según mi mente de niño, miles de ellas. Algunas tenían forma de estrella, y mi imaginación no dejaba de volar con la idea de que en aquella noche, la de la primera Navidad, las estrellas tenían que haber brillado más que nunca para saludar al Niño Dios. Estas luces, sobre todo las estrellitas, se unían a aquellas, y el Niño las iba a ver e iba a sonreír.

El momento llegó para colocar las figuras del nacimiento. Hubo que ins-talar un pueblo entero. Había un pozo con un aguador con dos enormes baldes llenos de agua. Varias casas y tiendas integraban nuestro Belén de ensueño. No podía faltar una pequeña sinagoga, en la que según nos contaron, habrían ido a rezar San José y la Virgen Santísima. El momento llegó para hacer un gran río. Cisnes, patos y peces saltarines, alegraban las aguas de papel aluminio y las olas espumantes de algodón. Un puente sobre el río hacía nuestras delicias, y ayudaba a que los pastores cruzaran junto con sus rebaños hacia el otro lado. Una discusión surgió, y el punto a aclarar era si los pe-ces al saltar, alcanzaban a ver al Niño o no. Según mis fantasías de inocencia, cientos de borregos y muchos pastores fueron colocado en un paraje lejano, fuera del pueblito, hasta donde según nos dijeron, iban a llegar los ángeles a anunciar el nacimiento del Salvador de los hombres. Una multitud de herreros, carpinteros, comerciantes, beduinos, arrieros, músicos y hasta un soldado, llenó el Belén de la escalera.

Ya faltaban sólo unos dos días para la Nochebuena cuando hizo su aparición el portal. Era precioso, tenía una mula y un buey muy grandes, listos para calentar al Bebé, que seguramente, como era tan pobre, no tendría más que unos ralos pañales para mitigar el frío. Los tres Reyes Magos, espléndidos, ataviados con turbantes y coronas, capas y ricas túnicas, sobre sendas cabalgadoras, fueron colocados al pié de la escalera. Lejos aún del encuentro con el Rey que habría de llegar. Montados sobre su caballo, elefante y camello, aguardaban los destellos de una estrella que los había de guiar. Sus co-

fres rebozaban, y en un precioso detalle se adivinaban el oro, el incienso y la mirra, que con reverencia traían desde tierras tan lejanas, que según nos dijeron, sus nombres eran imposibles de pronunciar.

José y María llegaron al portal. Ella era bellísima, con el rostro de un ángel y la mirada llena de ternura. Recogida en contemplación, admirando el pesebre aún vacío, donde en Nochebuena, habría de estar, como el milagro más sublime, el Bebé de las esperanzas de los hombres y de los deleites de Dios. José, apuesto y sereno, fuerte y tierno, contemplándolo todo como el papá que cuida, protege y ama. Y luego, los ángeles. Esos no eran tantos, bien recuerdo. Bellos, con grandes alas y rostros felices. Suspendidos sobre el portal parecían jugar. Estaban muy contentos, nos dijeron, porque ya venía el Niño Dios.

Al fin Nochebuena. Olía a fiesta por toda la casa. Mi madre y el resto de la servidumbre cocinaban una suculenta cena. ¿A qué hora va a llegar el Niño? Las luces, los pastores y los ángeles ya lo aguardaban. María y José, con los animales del pesebre, ya lo anticipaban. Los villancicos comenzaron, y se nos dijo que si cantábamos fuerte el Niño Dios nos iba a oír, porque a Belén se va cantando. Se encendieron las luces de nuestro Belén en la escalera, y allá en la cima, en medio de sus padres de la tierra, apareció el Niño. Era él, con su tierna mirada y su manita en posición de bendición. Chi-quitito y enorme, llenando aquel lugar y nuestro corazón. Por fin, no había que esperar más, llegó.

Yo no sabía que era el adviento, pero si sabía que el Belén de la escalera, que nos llevó muchos días montar, iba a ser el lugar del nacimiento del Dios Niño. El adviento es el sitio, que en nuestro corazón, adulto y ya menos inocente, se prepara con esmero para que llegue él, el Niño de nuestros anhelos, la alegría de Dios. Que este adviento te ayude, como a mí aquel nacimiento, a llegar a la Nochebuena, con una sonrisa en los labios y una canción en tu corazón. Porque a Belén, se va cantando.

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