Resulta agobiantemente fácil reducir la amplitud de las enseñanzas Católicas para lograr metas políticas. El ser Católico requiere diligencia, paciencia, y un regular e intencional regreso a las enseñanzas básicas para así asegurar que la posición que tomamos y los esfuerzos que apoyamos son consistentes con la profesión de nuestra fe.
La base de la Enseñanza Social Católica es la dignidad y santidad de la vida humana.
Desafortunadamente, esa pequeña declaración frecuentemente está simplificada en la defensa de solo unas vidas en particular. Pero ‘vida humana’ se refiere a toda vida, desde los bebés en los vientres hasta los inmigranets en las fronteras, desde quien experimenta la indigencia hasta quien enfrenta la pena de muerte. Esto significa que a todos nos debe importar el destino de la mujer embarazada que vive en pobreza, así como los miles de personas que viven en India quienes mueren a causa del COVID-19, y de quienes viven en una pequeña villa en Africa sufriendo de los devastadores impactos del ambio climático.
También significa que defendemos las vidas de quienes pareciesen menos merecedores o menos simpáticos que un hermoso e inocente bebé. En nuestra fe la vida criminal endurecida es igualmente sacra ya que cada persona es creada a imágen y semejanza de Dios. Aún si esta elije enterrar esta imágen, nosotros mantenemos que la oportunidad de reconciliación con Cristo nunca es negada.
Nuestra Iglesia también nos enseña que la dignidad de la vida importa tanto como su santidad. No somos una Iglesia que se sienta a descansar mientras que alguien sufre, esperando a que nos unamos para defender su vida solo cuando esta, está totalmente en riesgo
Por ejemplo, defender la dignidad de cada persona significa no tener miedo a ver nuestra historia y a abordar los duraderos impactos de las décadas de decisiones políticas basadas en la perspectiva de algunas razas como si fueran menos humanas. Admitir que millones de americanos todavía sufren por el uso pasado de la ciencia y de la Biblia para justificar la esclavitud de las personas de color es admitir que la dignidad de la vida de millones es impactada por la creación de un sistema judicial, educativo, económico, político y otros inicialmente diseñados para sostener la visión errónea de que las personas blancas son superiores. En nuestra fe, ninguna persona es más merecedora que otra. Ninguna persona merece más que otra al tener acceso a la comida, ropa, vivienda, educación, salud o empleo.
La Enseñanza Social Católica es nuestra guía para todos los temas políticos, sociales y económicos. ¿En qué creemos?, Primero en que hay un Dios creador de toda la humanidad. Cuando un miembro de la familia sufre, todos sufrimos. Cuando a un miembro de la familia se le niega los derechos humanos básicos y su dignidad, nosotros como familia debemos defenderlso en solidaridad para crear las condiciones que necesitan para florecer como seres humanos.
Segundo, creemos que Dios creó la familia con todo y sus adversidades. Conforme reconocemos Pentecostés, el Espíritu Santo no solo vino para las personas divergentes del mundo pidiendo que todos escuchen el mismo idioma. El Espíritu Santo habló “a todos en su propio idioma; sin segregar a las culturas sin excluir a ningún miembro de la familia. Nuestra Iglesia Católica es universal, y así celebra a todas las culturas, colores y lenguajes.
Tercero, creemos que todos somos responsables de todos. Como seres humanos estamos en solidaridad todos con igualdad de vida y de las cosas que hacen que una vida sea digna.
Lo cual nos lleva al cuarto punto, que los pobres y los marginalizados son la prioridad para nosotros los creyentes y son una materia de preocupación para los gobiernos y los gobernados. Como San Juan Pablo II dijo en 1979 “Los pobres de Estados Unidos y del mundo son vuestros hermanos y hermanas en Cristo. No podéis contentaros nunca con dejarles sólo las migajas de la fiesta. Tenéis que tomar de vuestras posesiones —y no de lo que os sobre— para ayudarles. Y debéis tratarlos como invitados de vuestra mesa familiar.”
Finalmente, crememos en nuestro llamado a la construcción del Reino de Dios en el mundo. Hacerlo requiere que permanezcamos abiertos para ayudar al pobre, al oprimido o a quien sufre para que experimenten el amor de Dios aquí y ahora, no solo porque pensamos que lo merecen sino porque Dios así lo cree.
Jean Hill es la directora de la Oficina Diocesana de Vida, Justicia y Paz, puede ser contactada jean.hill@dioslc.org.
Traducción: Laura Vallejo
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