Obispo Juan Wester predicó esta homilía en la Misa de su instalación el 14 de marzo en la Catedral de la Magdalena en Salt Lake City. Demos gracias a Dios que nos ha reunido en el día de hoy en esta hermosa Catedral de la Magdalena para celebrar este momento en la historia de nuestra Iglesia. A todos los aquí presentes y a todos los que forman parte de esta maravillosa Iglesia de la Diócesis de Salt Lake City, les expreso mi más profundo agradecimiento por sus oraciones, apoyo, entusiasmo, y cariño. También agradezco a aquellos que no pueden estar aquí pero que se unen a nosotros en oración. Han pasado muchas cosas en los últimos meses hasta reunirnos hoy día y llegar a este preciso momento. Nunca olvidaré el pasado 8 de enero cuando bajé del avión e inmediatamente quedé impresionado por la belleza natural que rodea a esta ciudad espectacular. Las cordilleras de Wasatch y Oquirrh en verdad me impresionaron con su belleza espléndido. Por supuesto, ya que era a principios de enero, ¡también me impresionó el clima! La gente me seguía diciendo que no me preocupara – ¡que iba a subir a 32º ( grados) Fahrenheit hoy! ¡Les dije que de donde yo vengo baja a 32º (grados) Fahrenheit! Mientras que el clima pudiera haber estado frió, pronto me di cuenta que la gente de Utah son indudablemente cálida. Nunca olvidaré la maravillosa bienvenida que recibí entonces y ahora y estoy profundamente agradecido. ¡Tampoco nunca olvidaré la primera vez que pisé esta hermosa catedral! ¡Había escuchado de lo bonita que es, pero no tenía idea que es así de bella! Me llamó la atención los vitrales de colores, y en especial el que está a mi lado izquierdo: Jesús con María Magdalena en el huerto en la mañana de Pascua. Lo que primero atrajo a mis ojos fue la pala en la mano de Cristo. ¡Por supuesto, se me ocurrió! ¡María pensó que el Cristo resucitado era el jardinero! Me conmueve tanto este encuentro de María y el Señor resucitado que me gustaría reflexionar sobre su significado para ustedes y para mí durante esta homilía. Creo que el encuentro de Cristo y María como se pinta en este vitral, es uno de los momentos más tiernos registrados en los Evangelios. María se encuentra con el Cristo resucitado y le escucha decir su nombre: María. A primera vista, esto no pareciera tan extraordinario. Pero, debemos recordar que esta María es la misma pecadora muy conocida, quien fue condenada por muchos en su comunidad. Además, no era común en aquel tiempo que se les hablara a las mujeres en público. En realidad, las dos primeras veces en que se dirige a María en el Evangelio de hoy, se la menciona simplemente como «mujer». Pero cuando Jesús y María están cara a cara, Cristo resucitado la llama por su nombre. Esta es la historia de un llamado y recalca la importancia de un nombre. Durante esta homilía, reflexionaré sobre el encuentro significativo entre Cristo resucitado y Santa María Magdalena poco después de su Resurrección. Este encuentro nos lleva a contemplar algunos aspectos importantes de la Iglesia, temas que se entrelazan a través de la liturgia de esta instalación. En realidad los padres de familia dan prioridad a los nombres de sus hijos. Todos nos sentimos mal cuando olvidamos el nombre de alguien. Los sobrenombres nos dan un sentido de acercamiento y hasta de confianza. Cuando alguien se refiere a mi madre como «Sis», todos sabemos que esta persona conoce a mi madre por años y probablemente es un miembro de la familia o un amigo cercano. Si las lecturas de hoy dan alguna pista, ¡podemos ver que Dios da importancia a los nombres! Nuestra primera lectura recalca la importancia de un nombre. Moisés le pidió específicamente un nombre a Dios porque para la gente Semítica, un nombre es críticamente importante. Implica la existencia verdadera. Algo es real cuando se le conoce por su nombre. Más aún, el nombre identifica la función y el ser de la cosa o persona. Dios se revela a sí mismo como «Yo Soy», eso es, «estaré allí para ti como quien "Yo soy", así estaré para ti». El nombre de Dios nos da una mirada a Su función, en realidad a su propio ser. Él es la causa de nuestro ser y entra en nuestras vidas como un participante activo. Ya que conocer el nombre era poder ejercer influencia sobre una persona, vemos qué vulnerable Dios permite a Sí mismo ser, al expresar Su amor por Moisés y Su gente. Al revelar Su nombre, Dios revela su deseo de estar íntimamente unido con su pueblo. Con todo lo que un nombre implica – vulnerabilidad, confianza, afirmación, y amor – Jesús, quien acaba de ascender de entre los muertos, exhala el nombre, «María». Esto nos recuerda de otro jardín al principio de los tiempos cuando el soplo de Dios, el Espíritu de Dios, se agita sobre las aguas y crea la vida. En este jardín de la Resurrección, el soplo de Cristo pudo haber sido visible en el aire fresco de la mañana cuando sopló vida nueva a una María desconcertada, a quien ya había dado vida nueva al perdonar sus pecados. ¿Cómo pudo haber sido esto para María? Imagínense a un paciente saliendo de una operación y escucha al doctor decir, «Vas a estar bien». O, a un padre de familia que recibe una llamada de la policía diciendo, «Hemos encontrado a su hijo y está bien». O, a un estudiante de la secundaria que abre el buzón de correo y recibe una carta de aceptación a la universidad. Así como a los padres se les pregunta en el bautismo, «¿Qué nombre das a tu hijo?», María recibe su nombre como si fuera la primera vez por el Señor de la Vida. Jesús transforma la vida entera a María y ella se da cuenta que no hay sonido más hermoso que el de escuchar su nombre dicho con amor, especialmente por aquél a quién has llegado a amar. El Padre Ron Rolheiser habla elocuentemente acerca de la pregunta impuesta por Jesús al principio del Evangelio de Juan: «¿Qué están buscando?» Lo que los discípulos estaban buscando, explica Juan a través de su Evangelio, es escuchar a Dios pronunciar sus nombres con amor. Y la respuesta viene de los labios de Jesús cuando dice, «María». Sus oídos escucharon lo que todos anhelamos escuchar. Cuando Cristo llamó a María por su nombre, una vez más le dio nueva vida. Así como el propio nombre de Dios significa la transmisión de la vida, así mismo cuando Cristo pronuncia el nombre de María, la afirma como persona y la renueva en su relación de gracia con el Mesías. El Arzobispo Quinn, en su hermosa homilía en la ordenación e instalación del Obispo Calvo en Reno, comentó que los amigos de Jesús se encuentran en el Evangelio de Juan. Sabemos que en este Evangelio, la amistad es la marca principal del discipulado. La amistad de María con el Señor es la marca de su discipulado y el resultado de su respuesta a Cristo quien la llamó por su nombre. ¿Pero que significa este discipulado en el Evangelio de Juan? Significa que María está obligada a seguir el ejemplo de Cristo a quien Él primero la llamó su amiga. El Evangelio de Juan nos muestra que Jesús, el amigo, se puso su delantal, lo que pudiera ser llamado la primera vestidura litúrgica, y lava los pies a los discípulos. La amistad está marcada por el servicio, en entregarnos a otros, desinteresadamente e imitando a quien nos amó primero. Esta amistad es coronada con el sacrificio de nuestras vidas hacia otros, como Cristo lo hizo en la cruz. Los amigos no se apartan por este sacrificio, este dolor. Ellos lo aceptan. Así como lo presenta Rainer Maria Rilke en su décima elegía, «¿como malgastamos nuestras horas de dolor? ¿Cómo miramos más allá de ellas para juzgar el final de su duración? Aunque son realmente follaje de nuestro invierno, nuestro sombrío árbol de hoja perenne, una de las estaciones de nuestro año interior… son fundación, terreno y vivienda.» Si el llamado de Cristo a María por su nombre conlleva a la amistad, entonces también la llama a la unidad: unidad con el Señor resucitado y unidad con los otros discípulos. María «fue y anunció a los discípulos, "He visto al Señor"». Por medio de los acontecimientos seguidos después de la Resurrección, vemos a los discípulos dándose testimonios unos a otros de lo que habían visto y oído. Los discípulos reflejan la propia preocupación del Cristo resucitado al tratar de unirse, construyendo la comunidad, y reunir a todos alrededor de su Señor y Maestro. Al acercarse a Cristo, se fueron acercándose unos a los otros. En verdad, es profundamente importante que María, la madre de Jesús, y María Magdalena comparten una amistad profunda de solidaridad al quedarse juntas y apoyarse mutuamente a los pies de la cruz. A través de la acción salvadora de Cristo, María Magdalena, es vista como una amiga digna de la que no tiene mancha alguna, la Madre de Dios. Dicha amistad sólo puede nacer de la gracia. Esta amistad y unidad es el tema de nuestra segunda lectura de hoy. Juan nos dice tan elocuentemente en su primera carta qué es el amor de Dios el que genera nuestro propio amor: amor a Dios y a los demás. No es nuestra invención, es de Dios. Al encontrarnos cara a cara con el amor de Dios por nosotros, Dios crea en nosotros la habilidad de amar a otros y de realizar que ya que Dios es amor, cuando amamos debemos ser de Dios mismo. Nuestro propio amor, creado a la imagen de Dios, se convierte en un amor dinámico, fecundo y creativo. Para nosotros, amarnos los unos a los otros y estar unidos, como se demuestra en la vida de María Magdalena, es vivir la respuesta a las oraciones de Cristo cuando pidió al Padre que seamos uno como Él lo es con el Padre. Cuando Cristo llama a María, ella se convierte en amiga suya, una marca clave del discipulado. Como amiga de Cristo, María es llamada a una unión más grande con Él y sus amigos discípulos. Pero esta unión no solo es con la Iglesia. María Magdalena nos recuerda que Jesús también nos llama a traer la buena nueva de su Resurrección a todo el mundo. ¡Pero aún hay más! Por medio del Evangelio de Juan, el proceso de fe, el proceso de enamorarse de Cristo, involucra a la comunidad entera. María Magdalena está obedeciendo la ley del amor que por su naturaleza está abierta y dirigida a todos, sin prejuicios o inclinaciones. Su proceso de fe refleja la de la mujer Samaritana en el pozo quien tuvo que ir a buscar a la gente de su pueblo antes de creer completamente en Jesús. También es como la de aquel hombre ciego de nacimiento quien «reportó» y «proclamó» la curación de Cristo cuatro diferentes veces antes de que finalmente él mismo creyera en su profesión de fe de Jesús como el Mesías. Así como el nombre de Yahvé causa y sostiene la vida, nosotros que estamos hechos a imagen de Dios, también estamos llamados a traer nueva vida por la virtud de Cristo al llamarnos por nuestro nombre en el Bautismo. Al tomar de estas fuentes de agua viva, estamos llamados a proclamar el amor de Dios a todos, en el proceso de construir nuestra fe. Esta pequeña reflexión sobre el encuentro de Cristo resucitado y María Magdalena en el huerto, nos da una idea profunda de lo que significa ser Iglesia y nos da una idea profunda de lo que hemos de ser en la actualidad. El mismo Cristo resucitado está en medio de nosotros ahora mismo, en esta Iglesia de la Diócesis de Salt Lake City, llamándonos por nuestro nombre, invitándonos a ser «amigos», reuniéndonos como una comunidad y encomendándonos a proclamar la buena nueva de Su Resurrección al mundo: en resumen, dándonos vida como Iglesia. Ustedes podrán decir: En verdad, pensábamos que estamos aquí para su instalación como noveno obispo». Por supuesto, es verdad! Pero tengo algo más que decirles! Están en cámara cándida! En realidad, estamos en transmisión directa. Espero que puedan verse ustedes mismos como participantes activos en esta liturgia de ahora en adelante! Ustedes son participantes no solamente porque «salen en la foto», pero también porque esta instalación es para ustedes, sobre ustedes, y con ustedes. Déjenme explicarles. Nuestro Santo Padre ciertamente me ha nombrado su obispo. Al hacer esto, está cumpliendo con su responsabilidad sagrada como Pastor de la Iglesia universal en fidelidad en su papel como Vicario de Cristo en la tierra. Me ha encargado a mí, vamos a decir, como su pastor, llamándome a guiarles en el camino hacia la santidad como Iglesia de la Diócesis de Salt Lake City. Esta es la parte que me quita el sueño, ¡es una responsabilidad fantástica! Ustedes se lo merecen todo y quiero hacer lo mejor para servirles como obispo. Así, que por eso, están conectados a esta ceremonia por ser ustedes a los que yo he de servir. Pero aún hay más. También están conectados a esta ceremonia porque mi nombramiento significa que he de escuchar a Cristo llamar mi nombre por medio de ustedes por medio de esta Iglesia local. Yo he de profundizar mi amistad con Cristo por medio de ustedes. San Agustín dijo: «Lo que soy por ustedes me asusta, lo que soy con ustedes me consuela. Para ustedes soy un obispo, con ustedes soy un Cristiano» (St. Agustín, Sermón 340.1) Por eso, aunque haya sido llamado a ser su líder servidor, también estoy llamado a caminar con ustedes en mi propio camino a la santidad. ¿Qué significa esto para mí como su obispo? ¿Qué significa para ustedes como pueblo de Dios aquí en Utah? ¿Qué significa para nosotros entonces? Estamos aquí hoy día para celebrar mi instalación como su noveno obispo. Sin embargo, cada uno de ustedes está íntimamente involucrado con esta instalación. No solamente porque he sido designado a servirles, pero también porque su relación conmigo es absolutamente esencial para poder ser un pastor efectivo entre ustedes. Realmente, ustedes se convierten en instrumentos por los cuales yo escucharé a Cristo llamarme por mi nombre, una llamada a la santidad personal por medio del servicio de esta Iglesia local. El eminente teólogo, Karl Rhaner, S.J., escribió sobre lo que significa dar liderazgo efectivo en la Iglesia. El dijo, «La primera tarea del (obispo) es guiar a la gente a una experiencia directa con Dios y de entregarse y confiar en él incondicionalmente». Yo creo que una de mis primeras tareas como obispo es ayudarles a escuchar a Cristo llamarles por su nombre aún si nos llama en conjunto como Iglesia. Pido a Dios, para que se me de la gracia que permita que la voz de Cristo se escuche por medio de mis palabras y de mis acciones, en mis decisiones y en mi interés por cada uno de ustedes. Al mismo tiempo, me propondré escuchar a Cristo llamarme por medio de ustedes. Cuando estaba recién ordenado, llevaba la Santa Comunión a un asilo de ancianos en San Rafael. Un domingo, conocí a un hombre que decía que se sorprendía el que su madre lo esperaba cada domingo a las nueve de la mañana. Ella era olvidadiza y él se sorprendía que ella nunca olvidó las horas y los días de visita. Una amiga enfermera luego me dijo, que en efecto, su madre le esperaba cada mañana a las nueve, para su visita. Para mí, esa madre es el ejemplo de la devoción afectuosa, la atención y la dirección que Cristo me pide al escucharles y discernir en ustedes. En las Liturgias, ya sean grandes o pequeñas, reuniones, conferencias, retiros, consejos presbiterales, conversaciones casuales, sesiones de planeación, y otras más, tengo el reto de escuchar cuando Cristo me habla a servirles como obispo y al buscar mi propio llamado a la santidad. Como su obispo, espero llevarles a una amistad con Cristo y todo lo que eso significa para sus discípulos. No dudaré en pedirles que tengan sus delantales a mano, ya que encontrarán oportunidades de lavarles los pies a sus amigos discípulos. Al mismo tiempo, estoy aquí para pedirles su amistad, una amistad que me aumentará mi acercamiento al Señor. Me siento un poco, como uno de mis sobrinos, quien, cuando era pequeño, y conocía a un chico nuevo en el vecindario decía, «Hola, me llamo Roberto. ¿Quieres ser mi amigo?» Si yo he de ser un fiel discípulo, tengo que profundizar mi amistad con Cristo y necesito la de ustedes para lograrlo. Estoy contento de ver hoy a muchos de mis amigos de la Arquidiócesis de San Francisco y de otros lugares. Su amistad siempre será la fuente de apoyo continuo, y un regalo para mi vida. Ahora, estoy llamado a hacer nuevos amigos con ustedes, los sacerdotes (mis colaboradores más cercanos), los hombres y mujeres religiosas, los diáconos, los seminaristas, y todos los feligreses de la Iglesia Católica de Utah. También estoy llamado a desarrollar nuevas amistades con mis hermanos y hermanas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días, al igual que con muchos más a través de todo el estado. Por medio de estas relaciones, creceremos juntos en nuestra relación con el Señor a través del cuidado, interés y compasión mutua. Estoy deseoso de compartir la mesa con ustedes, visitar nuestras parroquias, pre-escolares, escuelas elementales, secundarias, escuelas de educación religiosa, oficinas, rectorías, y muchas más. Se que estaré en la carretera mucho, al ir visitando parroquias y otras comunidades desde St. Thomas Aquinas en Hyde Park a la Parroquia de St. Christopher en Kanab; desde la Parroquia de St. James en Vernal hasta San Felipe en Wendover. Espero con entusiasmo conocer a los miembros del Consejo Pastoral Diocesano, el Consejo de Finanzas, La Comisión de Liturgia, la Comisión Hispana, y a los Consejos de Sacerdotes y Diáconos. Espero hacer nuevos amigos con los miembros de todas esas valiosas comitivas, organizaciones y comisiones que con tanta dedicación sirven a la Diócesis. Espero hacer todas esas cosas que los amigos hacen juntos, reír, llorar, orar o simplemente platicar. Y al mismo tiempo, espero conocer el Bryce Canyon, Arches, y los parques nacionales de Canyonlands y de Zion. Espero ponerme «un delantal» no solo en unas pocas semanas para la liturgia del Jueves Santo, sino llevarlo siempre. Y cuando sea necesario, cargaré mi cruz con ustedes en el servicio al Evangelio al mismo tiempo que nos convertirnos en amigos más cercanos. En todo lo que he dicho, una cosa sobresale claramente: que estoy llamado a ser un instrumento de unidad en medio de ustedes. El Báculo Episcopal es un símbolo apto para esta ardua tarea en la vida y el ministerio del obispo. San Ignacio de Antioquía, (alrededor del año 107), al dirigirse al Obispo de Smyrna dijo: «…la unidad, es el más grande de todos los bienes, (debe) ser tu mayor preocupación». Elevo mis oraciones para que ésta sea mi «más grande preocupación», al servirles y al seguir construyendo la buena obra de mis antecesores y al buscar profundizar los vínculos que nos unen. Al mismo tiempo, cuento con ustedes para que me enseñen los caminos de unidad. Al comenzar a ser una parte de todas las culturas maravillosas que componen el tapiz de esta diócesis, tengo el reto de entender más profundamente como Cristo ha trabajado en sus tradiciones y como nos podemos beneficiar de lo que ustedes comparten con la Iglesia en general. Estoy llamado a dar ministerio con ustedes al joven, al anciano, al fuerte y al débil, al rico y al pobre, a los nativos y a los inmigrantes, siendo de estos últimos donde me considero miembro. Cuando ustedes compartan conmigo, aprenderé de forma más clara sobre mis propias inclinaciones y prejuicios y estaré abierto a la gracia sanadora de Cristo quien destruye las barreras entre nosotros y nos hace un cuerpo, un espíritu en Él mismo. Al haber escuchado a Cristo llamarme por mi nombre, tanto para servir a la Iglesia Católica de Utah como a la santidad personal, espero guiarles a una fraternidad y unión más profunda con Cristo y con los demás. Al mismo tiempo, humilde y agradecidamente reconozco que ustedes me ayudarán a ser un líder, fiel servidor, y que me ayudarán en mi llamado personal a la santidad al convertirme en un miembro de esta comunidad de creyentes. Aunque el enfoque se concentre en nuestra relación mutua, también incluye abarcar a una comunidad más extensa. Finalmente, como su obispo, estoy llamado a llegar a todos los rincones de esta comunidad diocesana para que el Evangelio sea escuchado por cada uno y que todos los hijos de Dios estén invitados a la mesa del Señor. San Francisco creía que algunas de sus mejores homilías eran mejor escuchadas no en el púlpito sino en las calles cuando él vendaba las heridas del enfermo, cuando cuidaba de los pobres y cuando servía al necesitado. El Arzobispo Niederaurer tiene en la pared de su oficina un lema que impacta: «Predica siempre el Evangelio. Cuando sea necesario, usa palabras.» Es un lema que él vive maravillosamente, si me permiten agregar. El Señor le dijo a María Magdalena que no se aferrara a él. Muchos académicos de la Sagrada Escritura creen que esto fue como un mandato para María para que llevara toda una nueva forma de vivir su fe, que la encontraría proclamando las buenas noticias de la resurrección de Cristo a cada uno, y no solo a unos pocos. Mientras contemplo a las casi 85.000 millas cuadradas de nuestra nueva diócesis, una vez más me doy cuenta, que sólo puedo desempeñar mis deberes como su obispo con la ayuda de cada uno de ustedes. Espero colaborar junto con los Servicios Católico Comunitarios de Utah y demás grupos similares que sirven a otros con gentileza y sin interés. Con esta ayuda, me esforzaré a llegar a cada persona en Utah, intentando ser una presencia útil donde se necesite, una presencia sanadora donde se desee y una presencia amorosa donde sea invitado. A nivel nacional, es un privilegio para mí servir en los comités de Migración, Laicos y Vocación donde continúo aprendiendo que cuando la gente comparte recursos y una meta común, se puede lograr mucho. Es bueno que esté diciendo estas cosas en el contexto de esta santa y sagrada Eucaristía. Como he intentado mostrar, no puedo ser su obispo sin su necesaria ayuda integral y colaboración. Más al punto, tenemos que ser condiscípulos, amigos en Cristo. Y ustedes y yo no podemos hacer nada de esto sin Cristo, el creador y cumbre de quiénes somos y de lo que hacemos. En resumen, necesitamos «permanecer en Cristo», y lo que eso significa, si hemos de ser Iglesia y servir a todos los rincones de esta comunidad diocesana con la proclamación del Evangelio. Esta proclamación es, francamente, una misión de amor. Quisiera referir una vez más a la homilía del Arzobispo Quinn en la ordenación e instalación del Obispo Calvo. Al terminar, el Arzobispo nos recordó maravillosamente que «… un obispo nunca debe olvidarse de que el oficio pastoral se le otorga a Pedro porque él tiene esa cualidad que no tienen los demás y es la que Cristo exige de un pastor en su Iglesia. Esa cualidad se revela en su pregunta repetida a Pedro, "¿Me amas más que a éstos?" Es este amor personal por Jesucristo que es la primera marca del oficio pastoral. De este amor el Papa Benedicto ha escrito con claridad conmovedora en este primer regalo a la Iglesia, la Encíclica, "Dios es Amor".» Como San Juan lo tomaría, este amor tiene su origen en el Padre, es revelado por el Hijo y es vivido por los discípulos, quienes viven en Cristo, al entrar en amistad con los miembros de la comunidad. Juan ve a los discípulos como «permanecer» o habitar mutuamente con Cristo quien está íntimamente cerca de ellos. De hecho, Cristo no es solamente la vid; Él es el árbol entero, incluyendo las ramas, para que nuestras vidas, como ramas, sean intrincadamente entrelazadas con la vida de Cristo y con los demás. En virtud de ello, hoy elevo mi oración para que en los años venideros, ustedes y yo nos hagamos buenos amigos. De esta manera, daremos gloria y alabanzas a Cristo, crucificado en la debilidad y resucitado en gloria. A Él, quien es el mismo ayer, hoy y siempre, sea el poder, la gloria y el honor, ahora y por siempre. + Reverendísimo Juan Wester, noveno obispo de la Diócesis de Salt Lake City
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