Yo soy pecadora. Tú también lo eres. Algunos días siento que mis pecados son abrumadores, algunos días me siento fatigada.
Yo, a pesar de esto, usualmente entró a mi parroquia con la intención de encontrar guía y perdón de un Dios amoroso en la Comunión junto otras personas buscando algo similar.
Conversando con algunos amigos y personas LGBTQ, ellos asisten a Misa con la esperanza de encontrar alguna dirección y consuelo. Sin embargo para los Católicos gay, la experiencia muy frecuentemente es la de ser juzgado como el mayor pecador, basándose solo en la mera presunción de que ser gay es pecaminoso. Es así que ¿es sorpresa que nuestros hermanos y hermanas LGBTQ no se sientan bienvenidos en la Iglesia?
Nada en nuestros catecismo condena a las personas por tener cierta orientación sexual. Similarmente, nada perdona ese tipo de juicio y condenación que una persona gay puede encontrar cuando él o ella ingresa a una parroquia.
Resistir tal tipo de hostilidad semana a semana, particularmente en un lugar en donde se predica el amor perfecto, requiere niveles de fe y valentía a los que a lo mejor nosotros aspiramos, pero que ninguno espera necesitar para reunirse con los demás feligreses regularmente. También es el tipo de experiencia que contribuye a altos índices en suicidios entre nuestros jóvenes gay y desanima a los adultos gay en seguir en la fe.
Afortunadamente, somos una Iglesia que firmemente cree en la dignidad y santidad de cada vida, dejándonos así bien posicionados para que en verdad le demos la bienvenida a nuestros hermanos y hermanas LGBTQ. Gay o no, todos nacimos a imagen de Dios y todos pertenecemos a Dios.
Sin embargo, la realidad es que la homofobia significa que un Católico gay, sin importar cuan religioso sea, sin importar que tan importante su fe Católica es, muy raramente se siente bienvenido en la Iglesia Católica. Esa realidad lastima a la persona gay, a la cual su dignidad básica como humano es negada. También daña a toda nuestra comunidad de fe. Una comunidad Eucarística es una que se une para recibir el Cuerpo de Cristo con un firme entendimiento de que todos formamos parte de todos a través del bautismo. La ausencia de nuestros hermano y hermanas LGBTQ (y de todos lo marginalizados) en la Comunión es menos.
La enseñanza Católica nos reta de varias maneras. Se nos anima a que nos enfoquemos en las necesidades de los demás, no solo en las de nuestras parroquias, sino a nivel global. Se nos urge a ser contraculturales, dejando el estilo de vida de consumismo .
Ser a imagen de Cristo no es fácil. ¿Amar a tus enemigos? ¿Dar la otra mejilla? ¿Seguir todos los diez mandamientos? Todos batallamos para vivir bajo los estándares de nuestra fe.
Cuando consideramos todos esos retos, reconociendo que todos los seres humanos están cerrados a imágen y semejanza de Dios esto no debería de ser difícil. Dar auténticamente la bienvenida a alguien con una orientación sexual diferente (o raza o género o antecedentes) a la nuestra es una manera de que ambos experimenten y compartan la totalidad del amor de Dios.
Ser gay no es un pecado. Pero contrariamente no dar la bienvenida al extranjero, es una de las cosas que Jesús nos advirtió sería considerada durante nuestro juicio final ante Dios. Si pasamos nuestro tiempo falsamente y etiquetando y juzgando a los demás como pecaminosos, en lugar de simplemente darles la bienvenida, probablemente estamos cayendo en el más grande pecado de todos.
Jean Hill es la directora de la Oficina de Vida, Paz y Justicia de la Diócesis de Salt Lake City. Puede ser contactada en jean.hill@dioslc.org.
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