Jesús, Misericordia Jn 20,19-31

Friday, Apr. 20, 2012
By Special to the Intermountain Catholic

Por el Pbro. Eleazar Silva,

                                                   Vicario Parroquial de la Catedral de la Magdalena

"La paz sea con ustedes". Con este sencillo saludo, con el cual Jesús resucitado se dirige a sus discípulos congregados, se nos revela una verdad profundísima de nuestra fe. El hombre y Dios se han reconciliado. Han vuelto a estar cerca. El pecado, el mal y la muerte han sido vencidos por la cruz de Jesús. Estamos en paz.

Pero esta paz, no es la simple ausencia de conflictos. Es un don de Dios. Un regalo que el Señor nos otorga como fruto de la culminación de la obra de Jesús. Cristo resucitado la declara después de haber cargado con nuestras culpas para borrarlas con su muerte y de haber abierto las puertas de la vida eterna con su resurrección. No es un accidente. Se trata del nuevo estado del universo, del mundo y del hombre. Ya no estamos enemistados con Dios ni con los hermanos, ahora las cosas han cambiado radicalmente. Dios ha intervenido en la historia haciéndose hombre y ha permitido al hombre entrar en la eternidad de Dios. El resultado de la encarnación, vida, pasión, muerte y re-surrección de Jesús es la paz que Dios nos da en su Hijo.

Esta paz es un don de Dios para los hombres que lo habían ofendido y se habían distanciado de él. Es un regalo inmerecido. Nosotros no la alcanzamos, él nos la obsequió. Movido por el amor que Dios es, se ha compadecido de nosotros. O lo que es los mismo "ha llegado a sentir lo que nosotros sufrimos" por estar lejos de él. Él es Santo, y nosotros pecadores, es perfecto, y nosotros limitados, es el origen de la vida y la dicha, y nosotros vivimos inclinados a la tristeza, el dolor y la muerte. ¿Cómo puede un Dios tan distinto a nosotros sentir lo que nosotros sentimos? La respuesta es muy simple: Dios es Misericordia. Ama al hombre pequeño y mortal, y lo acoge tal cual es. No le pide que lo merezca o que haga nada raro para acercarse a él. Es Dios quien con el corazón abierto se acerca al hombre, lo sana, lo perdona y lo salva. No con su poder infinito, porque nuestra debilidad no resistiría, sino con su amor que lo puede todo, lo perdona todo y lo espera todo.

Jesús otorga a sus discípulos la autoridad para perdonar pecados (Jn 20,22b-23). Derrama sobre ellos al Espíritu Santo. El mismo que recibió en su bautismo y que lo ungió como Mesías Salvador. Ahora ellos han de continuar la misión de su Señor de presentar a los hombres de todos pueblos y de todos los tiempos, la Misericordia de Dios que trae la paz. La Iglesia en sus sacramentos, especialmente en la confesión, es el heraldo de esta buena noticia. Los hombres ya no somos enemigos de Dios. Él es amor, él es Misericordia y nos regala su paz. La Misericordia es el rostro de Dios. De él no se puede esperar otra cosa que no sea amor, alegría y paz. Jesús murió y resucitó para revelarnos el corazón de Dios y esto es lo que ha brotado de su interior, Misericordia.

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