Cada domingo cuando vamos por la Comunión nos unimos a más de un billón de Católicos comprometidos con la misma acción a nivel mundial, y con todos quienes en el pasado, durante siglos, los han hecho. Es un gran pensamiento. Conforme avanzamos por la fila para recibir el don del Cuerpo y Sangre de Cristo, millones de nuestros hermanos y hermanas realizan el mismo camino en cada rincón del mundo.
Tan solo imagínense lo que podríamos lograr si similarmente compartiéramos el ministerio de Jesús de llevar la paz y justicia para el pobre, el abandonado, quien sufre y quien está excluido.
El Pan de Vida es el alimento para que vivamos nuestro compromiso con Dios, un compromiso que aceptamos en nuestro bautizo, ver a Cristo en todos y cuidar de la creación de Dios, especialmente en quienes no pueden tener acceso a su esplendor. Conforme compartimos la Sangre y el Cuerpo cada vez que asistimos a Misa, recordamos a quienes viven sin pan, bien sea divino o terrenal. Pero Dios nos pide no solo recordar sino compartir el amor a través de actos de caridad y justicia para las personas necesitadas. La Eucaristía no es un premio por buen comportamiento, es la substancia que necesitamos para salir y para vivir nuestra fe de manera activa comprometiéndonos con los pobres y marginalizados en nuestras comunidades.
El Reavivamiento Eucarístico Nacional, el cual comenzó el 19 de junio, nos anima a contemplar el gran amor de Dios al sacrificar a su único Hijo para nuestra salvación. Nosotros también consideramos el sacrificio que se nos pide. La Escritura nos dice que “Dios te pide la justicia, el amor, la bondad, y el caminar al lado de Dios.” El formar parte de la Eucaristía es aceptar la solicitud de Dios para hacer justicia, amor y caridad caminando humildemente junto con Él.
“El hacer justicia,” requiere que tomemos acción. La celebración Eucaristía ampliamente ilumina nuestro camino. Jesús se dio completamente por los demás. Él vio la imágen y semejanza de Dios en todos, aun en los apartados por nuestra sociedad; Él ofreció su vida para que los demás pudiésemos vivir. Sabiendo y recibiendo Su amor nos anima a encontrarnos con los alejados por nuestra sociedad, viendo a Dios en todos y dándonos a través de actos de caridad y justicia, que nos sacan de la comodidad de nuestros hogares hacia nuestros capitolios estatales para defender a las personas en pobreza o a quienes se les ha negado el acceso a las necesidades siendo discriminados o de quienes viven en peligro ya que se les ve como no merecedores.
La Eucaristía nos prepara para el camino venidero. Ese camino no es uno que podamos realizar en la comodidad de nuestros sillones, viendo a personas que nos dicen a quienes ellos consideran culpables de lo que está mal en el mundo. En su lugar, el camino es uno en el que nos debemos de involucrar realizando llamadas telefónicas o escribiendo correos electrónicos para nuestros delegados en el congreso, para asegurar fondos para los programas globales y nacionales que alimentan al hambriento. Puede que implique el unirse a una protesta contra la pena de muerte, o el comenzar a caminar en las parroquias con el programa para las madres necesitadas quienes luchan para poder cuidar y mantener a sus hijos ‘Walking with Moms in Need’. Nuestro Reavivamiento Eucarístico puede llamarnos a servir comidas en el co-medor de St. Vincent de Paul, o el reunirnos con nuestros legisladores para exigirles apoyo permanente de vivienda accesible, así como el cuidado de las personas que a diario buscan alimentos.
Puede que nos lleve a realizar llamadas a nuestras ciudades y parroquias para que quiten el pasto meramente decorativo y así ahorren el agua que tan desesperadamente necesitamos.
La participación en la Eucaristía es una oportunidad para recordar el amor tan profundo de Dios y que somos parte de algo mucho más allá de nosotros mismos. Todos somos hermanos y hermanas en Cristo, amados y valorados de la misma manera por nuestro Creador. Conforme aceptamos el Cuerpo y Sangre de Cristo, aceptemos el reto de mostrar el amor a los demás haciendo justicia, amando con caridad, y caminando humildemente con Dios.
Jean Hill es la directora de la Oficina de Vida, Paz, Justicia Diócesis de Salt Lake City. Puede ser contactada en jean.hill@dioslc.org.
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