El Señor dice, “No tengas miedo.”
La legislación de Utah dice “Ten miedo.”
Los legisladores de Utah dicen, “Tengan miedo. Tanto miedo que sientan que es necesario llevar un arma de fuego, lo que significa que podría ser herido o asesinado en todo momento.”
Jesús dijo “pon la otra mejilla.”
Los legisladores de Utah dicen “Primero dispara, pregunta después.”
La Doctrina Social de nuestra Iglesia nos dice que “cada persona tiene derechos fundamentales, y con esos derechos vienen responsabilidades.”
La legislación de Utah nos dice que “Hagan presentes sus derechos de la Segunda enmienda sin límites y a todo costo.”
El Papa Pablo VI dijo, “si se quiere la paz, y trabajé por la justicia.”
Nuestros legisladores dicen, “si quieren paz, porten armas de fuego cargadas.”
Cada año, la legislación de Utah propone aflojar las ya descuidadas leyes en cuanto a armas de fuego. Este año los legisladores exitosamente diezmaron los mínimos requisitos para que las personas que quieren portar armas de fuego con ellos, lo puedan hacer todo el tiempo, sin necesitar un permiso para hacerlo. El abandonar el permiso significa que cualquier adulto en Utah puede portar un arma de juego cargada sin contar con el entrenamiento mínimo sobre la seguridad y manejo del arma sin tener repercusiones si llegasen a cometer un acto que, bajo la ley anterior, habría resultado en la revocación de su permiso.
En el segundo acto tratando de crear una sociedad individualista frenética, los legisladores rápidamente también pasaron una ley que permitiría que una persona disparase a otra evitando la persecución, con las mínimas evidencias de que su intento de asesinato fue en defensa propia.
Como en años anteriores, los argumentos para apoyar estas medidas están basados en el miedo (como si Utah es un lugar muy peligroso para vivir), minimizando el riesgo de portar un arma de fuego cargada y promoviendo así la cultura individualista desenfrenada.
Por ejemplo, los legisladores animaron a las mujeres a portar armas ya que ellas están bajo un alto riesgo de ser asaltadas sexualmente. Cuando los legisladores fallan en informar a las mujeres de que existe información substancial que muestra que si una mujer porta un arma de fuego cargada, las probabilidades de que esta sea usada en contra de ellas son mayores, de las que ella tiene para usarla en defensa propia, y ya que la mayoría de los perpetradores de asaltos sexuales son amigos o familiares, lo más probable es que las mujeres no les disparen aún si portan un arma.
La justificación para terminar la necesidad de un permiso se basó en un ‘simple’ cambio, permitiendo a las personas mantener las armas que portan abiertamente escondidas. Este argumento también ignora la realidad de que potar un arma de fuego solo se permite si el arma no está cargada. De hecho ‘sin cargar’ bajo la ley de Utah no significa que el arma no está cargada con balas, sino que requiere de por lo menos dos pasos para poder disparar a alguien. Este argumento también minimiza el impacto de terminar con un permiso que permitía al estado dar y revocar permisos por razones pertinentes.
Lo que es aún más preocupante es la fascinación de nuestro estado con una ciudadanía totalmente armada, es una falta total de respeto a la vida humana y al mandato del Evangelio de amarnos los unos a los otros.
En contraste, ambos elementos, están totalmente presentes en nuestro catecismo, el cual nos permiten usar la fuerza letal, pero solo en defensa de una vida y solo como un último recurso. Las enseñanzas de nuestra Iglesia nos piden considerar otros medios para no solo proteger nuestras vidas, sino las vidas de quien nos agrede. Este es un acto difícil, pero de amor verdadero a nuestros semejantes. Si es posible resolver una situación sin violencia, estamos obligados a hacerlo.
Esto no solo aplica a los Católicos, es lo que muchas personas quien verdaderamente están entrenadas para usar estas armas hacen, tal como los soldados. Con la reciente decisión de quitar los permisos para portar armas de fuego, la legislación de Utah también abandono el entrenamiento para portar armas de fuego en público que hubiese reforzado la santidad e la vida.
Muchos debates de las personas en ambos lados de la violencia de armas de fuego son defensores de la vida. Muchos comparten intereses en proteger a los más vulnerables. Como diócesis, buscamos construir el bien común para proteger la vida logrando una legislación con sentido común en cuanto a las armas de fuego, consistente con la cultura de la vida. Es muy decepcionante, por decir lo mínimo, el ver como nuestro estado abandona el bien común.
Jean Hill es la directora de la Oficina de Vida, Paz y Justicia de la Diócesis de Salt Lake City.
Puede ser contactada en jean.hill@dioslc.org.
Traducción: Laura Vallejo
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