A todas las personas de la Diócesis de Salt Lake City les deseo la grandeza de la Paz de Cristo en Cuaresma, orando para que nuestro Señor resucitado interiorice en cada uno de nosotros esa alegría que pertenece a todos aquellos que a través del bautismo murieron con Cristo y son uno mismo en Él en su resurrección. De manera especial doy la bienvenida con gran alegría a nuestros elegidos y a nuestros candidatos a que comulguen con nosotros mientras celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Después de 40 días de ayuno, limosna y oración entramos a 50 días de júbilo y de celebración, agradeciendo a Dios nuestro Padre por acercarnos más a él a través de su Hijo, Jesucristo, en el Espíritu Santo. Sin duda somos verdaderamente el pueblo de Dios y ‘Aleluya’ es nuestra canción. Una de los más asombrosos rasgos de las representaciones de la resurrección de Cristo es que sus heridas son claramente visibles. De hecho, El Cristo resucitado invita a las personas a "Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo ; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo", (Lucas 24:39). En cierta forma pareciera extraño que el cuerpo glorificado de Cristo mantuviera esas marcas de la cruel pasión y muerte. Nos gustaría creer que todo el dolor y sufrimiento eran cosas del pasado y pretender que nunca sucedió. Pero en el misterio Pascual el sufrimiento de la muerte y resurrección de Cristo, no pueden ser separados. Es un solo misterio, un evento de vida del inexplicable dolor de la pasión de Cristo, y al mismo tiempo, las semillas de una nueva vida. Esto es la grandeza del misterio de nuestra fe: Jesucristo, nuestro Salvador está constantemente transformando la noche en día, la obscuridad en luz, el pecado en gracia y la muerte en vida. Cada aspecto de nuestras vidas, todo lo que somos, se encuentra atrapado en el amor inmensurable de Cristo y contiene la promesa de nuevos comienzos en cada momento. Nuestra fe no es una que dice "No se preocupen, nada malo les pasará". En lugar nuestra fe nos dice "No se preocupen, cosas malas les pueden llegar a suceder, pero no hay nada que temer". Es solo a través de la fe que podemos ver una tumba vacía como un signo de que Cristo a resucitado de la muerte. Es solo a través de nuestra fe que podemos mantenernos con esperanza a pesar de nuestro dolor y sufrimiento. La fe nos enseña que Cristo siempre está con nosotros, particularmente en los momentos más obscuros. En las narraciones de Marcos acerca de la Pasión, es el centurión quien finalmente proclama lo que habíamos deseado escuchar en los primeros 14 capítulos del Evangelio de Marcos "Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios" (Marcos 15:39) El centurión llega a creer en medio de la obscuridad "Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona" (Marcos 15:33) Paradójicamente es en la tiniebla que Dios sana (vea Reyes 1 8:12 y Crónicas 2 6:1). La misma verdad es para nosotros. En nuestros momentos más obscuros, Cristo con nosotros nos guía a una nueva vida. Solo a través de los ojos de la fe podemos ver el camino que nos saca del sufrimiento. Solo entonces podemos creer que Cristo ha resucitado y que nos volverá a salvar una vez más. Puede que en el momento no lo entendamos, pero creemos que Cristo no nos abandona. Creo que estos símbolos palpables de la presencia de Cristo tuvieron lugar tan solo hace unas semanas cuando el Papa Francisco fue elejido a la Silla de Pedro por el colegio de Cardenales. Su entrada al balcón de la Basílica de San Pedro y a nuestras vidas no ha sido nada más que dramática. A pocos días como si lo conociéramos de siempre, se comunica con nosotros muy efectivamente a través de sus gestos, símbolos y palabras. Sus solicitudes de oración en la víspera de su elección, su manera simple, su obvia y genuina preocupación por los pobres, su bondad y simplicidad todas apuntan hacia la presencia de Cristo, de cuyo vicario él es. Aparece de manera contrastante a aquellos quienes quieren tener toda la atención conforme nos encamina a todos hacia un Dios amoroso quien nos envió a su único hijo para que nos salvará. Parece que él de manera única nos recuerda tanto a los católicos como a los no católicos de nuestras vidas redimidas y que todos estamos atrapados en su infinito amor. Él es aire fresco, luz en la oscuridad, una reflexión viva de lo que la Pascua es. Oro para que todos aquellos en la Diócesis de Salt Lake City quienes siguen el ejemplo de Nuestro Santo Padre hagan su parte para llevar esperanza al mundo. Todos estamos llamados a dar testimonio de la resurrección de Cristo y a recordarles a las personas que Cristo resucitado continua dando vida a nuestra iglesia a través del trabajo del Espíritu Santo. En otras palabras, En otras palabras, la muerte no es la última palabra. Creemos que los juicios que vivimos a diario y las dificultades están incluidos en el gran drama de lo divino. La providencia está siempre guiándonos a la tumba vacía y a una nueva vida. Durante estos días festivos de la Pascua, pido para que todos podamos ser fuentes de vida para los otros, con heridas y todo, conforme seguimos a Cristo, reconociéndolo al compartir el pan. Vale la pena repetir: la muerte no tiene la última palabra – Jesucristo la tiene! De hecho él es la Palabra pronunciada por Dios Padre a través del Espíritu Santo, llamándonos a salir de la obscuridad a su propia y maravillosa luz. Suyo en Cristo Resucitado + El Reverendísimo John C. Wester, Obispo de Salt Lake City
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