Mensaje Navideno del Rev. Arzobispo John C. Wester

Friday, Dec. 18, 2009
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Obispo John C. Wester
By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Hace algunos años, mi hermano, mis dos hermanas y yo gozábamos mirando el programa de televisión de Walt Disney en la sala de juegos. Estábamos fascinados con este programa tan imaginativo. A mí me gustaba, particularmente, el Señor Grillo quien siempre terminaba con su canción famosa "Cuando se sueña sobre una estrella." Me hacía sentir como si todo fuera posible y que todo estaba bien con el mundo. Por supuesto, gracias a Dios y unos padres maravillosos, las cosas estaban realmente bien con nuestro mundo. No obstante, era importante tener ese sentido de esperanza; esa sensación de saber que todo estaba bajo el cuidado de una providencia divina y amorosa.

Con el tiempo, pronto descubrí, como todos lo hacemos, que no todo va tan bien en la vida. Los amigos se mudan lejos, la escuela se pone más difícil, las personas dicen y hacen cosas desagradables, se ponen enfermas y hasta mi equipo de béisbol preferido nunca llega a las "Series Mun-diales." Éstos son, por supuesto, estándares normales de vida para la mayoría de las personas y solamente una reflexión de las muchas dificultades que todos encontramos día a día. En la escena global, oímos hablar de guerras, del tráfico humano, del hambre y de la pobreza. En los Estados Unidos luchamos por el sistema de la salud, la economía, la falta de empleos, y por el debate de la inmigración. En lo personal, muchos todavía están sin trabajo, los ma-trimonios fallan, los sueños no se realizan y las decepciones abundan. Quizás más que nunca, podríamos utilizar una estrella en la cual colgar nuestras esperanzas. ¡Cómo dice la canción, necesitamos un poquito de la Navidad en este mismo instante! Necesitamos la estrella de Belén.

De hecho, la luz de la estrella de la Navidad es un recordatorio brillante de que todo no está perdido, nuestra espe-ranza no está frustrada. Mucho más que el mundo imaginario de Walt Disney, la iglesia celebra de nuevo la encarnación del amor de Dios para toda la creación, especialmente para los que estamos hechos en su imagen y semejanza. Nuestra estrella es el Jesucristo mismo, que nos ama tanto , que "Él, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana," (Filipenses 2:6* 7). Su amor es tan grande que la vida que él escogió con tal humildad nos la dio libremente para que tengamos vida eterna. Así, la madera del pesebre lleva a la madera de la cruz: "él se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz" (Filipenses 2: 8). Dios aceptó este sacrificio perfecto de su hijo y nos incluyó en ese abrazo salvífico de modo que de la misma forma que "Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre, para que al Nombre de Jesús se doble cada rodilla" (Filipenses 2: 9-10a) es también que nosotros alcanzamos la gloria de Cristo y se nos da vida eterna. ¡Ahora hay algo que nos da esperanza! ¡La estrella que nos guía es el amor de Cristo, un amor que crea una luz mayor que todas las estrellas puestas juntas! Nuestra esperanza está basada en el amor de Dios, un amor que nos salva optimismos falsos y nos restaura a la plenitud de la vida. Nos regocijamos con los pastores y los ángeles afirmando que Cristo es nuestra esperanza. Cristo es el camino, la verdad y la vida. Cristo es la verdadera razón de este tiempo navideño.

Vivimos en la esperanza segura y cierta de que cuando miramos la luz de Cristo, el Hijo de Dios, la estrella de Belén, todos nuestros sueños se harán realidad:¡cada uno de ellos! Es mi oración que esta Navidad les traiga a ustedes y a los suyos una paz duradera y profunda y una esperanza interminable.

¡Feliz Navidad!

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