8 de Abril 2007 ¡Aleluya! ¡Jesucristo ha resucitado!» Estas palabras han repercutido a través de los tiempos, anunciando la Buena Nueva de la resurrección de Cristo. Nosotros los Católicos en Utah nos unimos con toda la Iglesia universal para celebrar nuestra salvación cuando proclamamos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. En verdad, también nos unimos con toda la Comunión de los Santos y con toda la creación, dando testimonio al Dios de la Vida, quien está en medio de nosotros. La Pascua de la Resurrección es una celebración de dimensiones increíbles en la que no se puede abarcar todo un solo día. Por eso, la Iglesia celebra el octavo de Pascua, una solemnidad de ocho días, en el que cada día se considera una extensión del Domingo de la Resurrección. ¡Pero ni aún esto es suficiente! El período que va desde la Pascua hasta el Pentecostés incluye una celebración de 50 días de la resurrección de Cristo en el que cantamos nuestras Aleluyas al Señor y damos gracias por el gran regalo de vida eterna, hecho posible por medio del misterio pascual de Jesucristo. Cuando el tiempo de Pascua llega a su fin con las oraciones en las vísperas de Pentecostés, todavía no damos por terminada nuestra celebración. De hecho, cada domingo eucarístico es una extensión del Domingo de Resurrección y una continuación de los misterios pascuales que contiene. Hace años oí una comparación de la Pascua con un diamante. La Pascua en sí es el diamante y las varias celebraciones empezando con el Miércoles de Ceniza y concluyendo con el Domingo de Pentecostés son las varias facetas del misterio central que celebramos en la Resurrección. El Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo, la Ascensión y Pentecostés – todos estos son partes del misterio pascual, el gran diamante de nuestra fe que resplandece para disipar la oscuridad del pecado y llevarnos a una nueva vida con el Señor esucitado. Cada día Jesucristo nos llama a cada uno de nosotros a la conversión, hecho posible por medio de Su victoria sobre la muerte. Esta invitación que Cristo nos hace se me ha manifestado ciertamente a mí ahora que empiezo el ministerio entre ustedes aquí en Utah. Cada persona que conozco, cada iglesia que visito, cada reunión a la cual asisto, y cada Misa que celebro es un recuerdo de la resurrección de Cristo en el que soy llamado a una nueva vida en Él. Continúo dando gracias a Dios por todos ustedes en esta maravillosa Diócesis de Salt Lake City porque en ustedes percibo el rostro de Cristo quien me hace seña para que lo siga. Ciertamente, la hospitalidad y la amabilidad que me han mostrado son signos claros de que Dios está trabajando en mi vida y que solo puedo orar para poder servirles fielmente e incansablemente en los años que vienen. Mi oración para cada uno de ustedes es que Cristo resucitado les llene con el gozo de Su Resurrección, levantando sus brazos para bendecirlos a todos. Mientras caminamos juntos durante estos cincuenta días de Pascua y los que siguen, espero que todos experimentemos la felicidad que viene de comprometernos por completo al Dios de la Vida quien nunca falla en amarnos más allá de nuestra imaginación.Felices Pascuas a todos ustedes y que el saludo de Cristo resucitado a sus discípulos resuene siempre en sus oídos: «¡La paz esté con ustedes!» Obispo de Salt Lake City
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