por el Padre James Flynn El Domingo 20 de enero de 2008, mis 20 compañeros sacerdotes y diáconos se encontraban cocelebrando una Misa en una iglesia del siglo 16 en Santiago Atitlan, Guatemala. Esta es una población muy bonita pero también muy pobre situada en un espléndido lago (Atitlan) y enclavada entre tres volcanes torneados y activos. Después de la Comunión durante la Misa, regresé a mi asiento en la primera banca, me senté, y para mi delicia varios pequeños sentados detrás de mi, empezaron a tocar la zona calva de mi cabeza. Supongo que se preguntaban porque no tenía pelo en esa zona. Ellos también pasaban suavemente sus manos pequeñas a través de mi pelo corto y canoso, preguntándose de nuevo porque tengo el pelo canoso – algo poco común entre los hombres Mayas Indígenas de este hermoso lugar. Esa mañana esos niños que estaban sobando mi cabeza ciertamente cambiaron mi oración después de la Comunión. No se como mi Comunión hubiera podido ser mejor: sintiendo las caricias de esos pequeñitos con los cuales no me podía comunicar ya que no puedo hablar su lengua Maya nativa. A pesar de eso, me sentí en una gran comunión con esos miembros del Cuerpo de Cristo. Mis compañeros y yo estabamos en Santiago Atitlan porque el pueblo esta bañado con la sangre de tantos mártires – alrededor de 300 gentes han muerto en los últimos 25 –30 años, principalmente a manos del ejército Guatemalteco. Uno de los mártires más prominentes fue su párroco, el Padre Stanley Rother, un sacerdote misionero de Oklahoma City. Él fue asesinado el 29 de julio de 1982 en la casa de la parroquia. Asesinos desconocidos trataron de sacarlo de la casa a rastras para torturarlo, pero él se resistió y lo mataron. Su sangre mancha la pared del cuarto donde lo martirizaron. El P. Rother era llamado cariñosamente Padre Francisco, o Padre "Aplas" en su lengua – los Mayas no podían pronunciar "Stanley." Él sirvió a la comunidad durante 20 años y era tan querido por los feligreses que cuando fue martirizado pidieron que su corazón fuera enterrado en su iglesia. El "altar" que contiene su corazón es muy venerado por la gente del pueblo. Yo he estado en Santiago Atitlan en varias ocasiones, y durante el transcurso de los años, el pueblo ha escrito una lista en forma de cruz, en la pared que está por arriba de su corazón, con los nombres de los cientos de gentes que también han sido martirizadas por el ejército Gua-temalteco – desde finales de los 70s hasta los principios de los 90s. Mis compañeros y yo pasamos un tiempo y rezamos juntos ante el altar que contiene el corazón del Padre Aplas. También visitamos un lugar a las afueras del pueblo donde el 2 de diciembre de 1990 el ejército mató a 13 personas, incluyendo a varios niños. Les dispararon a quemarropa. En la Ciudad de Guatemala visitamos la casa del Obispo Juan Gerardi. El 26 de abril de 1998, algunos miembros del escuadrón de la muerte del ejército Guatemalteco entraron a su casa, y martirizaron al Obispo Gerardi, aplastando brutalmente su cabeza con bloques de concreto. Dos días antes, en la abarrotada Catedral Nacional de la Ciudad de Guatemala el Obispo Gerardi presentó a la nación un reporte de la Iglesia Católica sobre las muertes de más de 200,000 Guatemaltecos durante los años de tanta violencia. El Reporte de la Iglesia atribuía más del 90% de esas muertes al ejército Guatemalteco, alrededor del 8% a los grupos de guerrillas, y el resto era de origen desconocido. Durante esos años el ejército condujo una campaña brutal en los pequeños poblados de las montañas en contra de los Mayas Indígenas (más del 60% de la población de Guatemala). El ejército acusó a estas gentes de ser "subersivas" (o "comunistas"), aunque la mayoría de los Mayas saben muy poco acerca de eso. Fue una campaña organizada por los dictadores derechistas de Guatemala y la armada, una campaña adaptada de Mao-Tse Dung "hay que vaciar el mar para tragarse los peces". Más de dos millones de gentes huyeron de Guatemala, yendose principalmente al Sur de México, aunque algunos vinieron a los Estados Unisdos. Durante esos años varios dictadores Guatemaltecos contaron con el apoyo completo de los gobiernos de los E.U. Fue durante esos años de terror horribles que una amiga mía de Kentucky, la Hermana Diana Ortiz, O.S.U. fue secuestrada, torturada y milagrosamente liberada (es una larga historia). Sucedió el 2 de nov. de 1989. Ella estaba rezando en el jardín de un Centro de Retiro, cuando tres Guatemaltecos la secuestraron llevándosela a un puesto militar donde la torturaron brutalmente. Cuando se descubrió que había desaparecido, sus Hermanas llamaron al convento en Kentucky, e inmediatamente empezó una operación para encontrarla llamando a todos los Congresistas de Kentucky. Después de dos días de tortura, alguien de la Embajada de los E.U., llamado "Alejandro", fue al lugar de su tortura y exigió que los secuestradores la dejaran libre. Desde entonces la búsqueda de la H. Diana ha consistido en tratar de encontrar quien fue/es esta persona llamada "Alejandro," y en descubrir como alguien de la Embajada de los E.U. sabía donde se encontraban las cámaras de tortura, alguien que ella atestigua hablaba Español con un acento gringo. Guatemala es una tierra bañada con la sangre de muchos mártires: un obispo, muchos sacerdotes y monjas, catequistas, maestros de religión y líderes de la comunidad. En 1982 los asesinatos y el terror en contra de la Iglesia Católica eran tan grandes que la Diócesis de Quiche cerró todas sus iglesias, y todos los sacerdotes y monjas tuvieron que dejar Guatemala. Algunos Guatemaltecos nos dijeron que ellos ponían sus Biblias en bolsas de plástico, excavaban un hoyo en el suelo y las enterraban porque si los militares veían las Biblias en sus chozas los matarían – acusándolos de ser "subersivos". Lea la segunda parte de este artículo en el siguiente número del Intermountain Catholic.
Stay Connected With Us