Reflexión – Rito de la Comunión, Parte I

Tuesday, Apr. 18, 2023
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Nota editorial: Esta es parte de una serie  de reflexiones sobre la importancia de la Eucaristía y lo que significa ser personas de la Eucaristía. Estas reflexiones son parte del Avivamiento Eucarístico de la Diócesis de Salt Lake City, el cual tuvo comienzo el 19 de junio y concluirá en el mes de julio del 2024, con el Congreso Nacional Eucarístico a realizarse en Indianápolis.

Estas reflexiones han sido diseñadas para ser leídas por un sacerdote, diácono o ministro durante las Misas,  después de la oración posterior a la comunión. Estas aparecerán impresas en este periódico, así como en el sitio diocesano en línea www.dioslc.org. La serie de reflexiones continuarán hasta el mes de junio del 2023 en preparación para el 9 de julio del 2023, día en que se celebrará el Rally Eucarístico Diocesano en el Centro Expositor Mountain América en Sandy.
Uno de los aspectos únicos de la Misa católica, especialmente en comparación con los servicios de culto de otras denominaciones cristianas, es el cambio constante entre estar sentado, de pie y de rodillas. Nos sentamos, luego nos ponemos de pie, luego nos volvemos a sentar, luego nos volvemos a poner de pie, nos arrodillamos, nos ponemos de pie, y así sucesivamente. Es tedioso sólo describir el proceso, por lo que todos sabemos muy bien lo tedioso que puede ser el proceso de realizar realmente estas acciones. Pero hay dos maneras de enfocar esta diversidad de posturas dentro de la Misa: o nos acostumbramos tanto a ella que no nos molesta, o podemos intentar comprender realmente por qué lo hacemos.  
Nuestra participación a través de los movimientos físicos debe indicar lo que está sucediendo en la Misa. Cuando nos sentamos, se supone que estamos recibiendo algo, ya sea las palabras de la Escritura, una oración litúrgica o incluso la homilía. Cuando nos ponemos de pie, ya no estamos en el acto de recibir sino en el de estar aún más atentos, y lo hacemos todos juntos. Cuando nos arrodillamos, nos humillamos al rebajarnos físicamente, mientras recordamos constantemente cómo Dios se rebajó a la humanidad por nuestra salvación. 
Después del Amén que sigue a la Plegaria Eucarística, la congregación pasa de la posición de rodillas a la de pie. Ahora que hemos vuelto a un momento de atención activa como comunidad, recordamos una de las partes más importantes del ministerio público de Cristo. Vino a ofrecernos la salvación mediante su sacrificio, pero se aseguró de aprovechar al máximo el tiempo que pasó viviendo entre nosotros. Por el camino, nos instruyó sobre cómo vivir una vida dedicada a Cristo. 
La mejor manera de hacerlo y de hacerlo siempre activamente en nuestras vidas, es a través de la oración. La Misa es una oración única (de hecho, es la oración más importante), pero cuando los seguidores de Cristo le preguntaron cómo rezar, les instruyó en el Padre Nuestro. Esta oración contiene todos los componentes necesarios para comunicarse con Dios, desde la adoración hasta el agradecimiento y la petición de nuestras necesidades. Ahora, nosotros, como comunidad, volvemos a esta sencilla instrucción de Cristo y recitamos juntos la oración. Podrás notar que, en el contexto de la Misa, mientras estamos centrados en la Eucaristía en la que pronto participaremos después de esta oración, las palabras “danos hoy nuestro pan de cada día” adquieren un significado completamente diferente y profundo que el que podríamos darle rezando la oración del Señor en cualquier otro momento. 
Después de recitar el Padre Nuestro, el sacerdote hace la oración del embolismo, una breve petición en nombre de la congregación que nos lleva a la doxología: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, ahora y siempre”. En lugar de terminar nuestra oración con una petición (“líbranos del mal”) que pone el foco en nuestras necesidades, terminamos adecuadamente la oración con la alabanza y la glorificación de Dios. 
En el Evangelio de Juan, el comportamiento de Jesús hacia sus Apóstoles en la Última Cena se caracteriza por infundirles valor y paz para el camino que tienen por delante. Vivir una vida en Cristo no es fácil, pero Cristo nos ofrece fuerza para el camino. El sacerdote recita el mensaje de la paz de Cristo a la congregación y nos indica que nos ofrezcamos unos a otros un signo de esta paz fortificante. Esto también recuerda el momento al comienzo de la Misa en el que confesamos nuestros pecados personales a la congregación y pedimos que recen por nosotros. También nos prepara para la unidad física que vamos a compartir con quienes nos rodean en la recepción de la Eucaristía. Por lo tanto, cuando ofrecemos el signo de la paz, debe mostrarse con sencillez y respeto para que no nos distraiga de la Eucaristía.

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