4 Min. de Reflexión; Conversatorio 5: Liturgia de la Palabra, Parte I

Friday, Jan. 09, 2015

En sus escritos sobre la Eucaristía, San Papa Juan Pablo II habló a menudo de dos Mesas que participan en la celebración de la Misa – la Mesa de la Palabra de Dios, en la que las Escrituras son abiertas para nosotros y la Mesa del Pan del Señor, en la que se consagran el pan y el vino. Es a partir de la Mesa de la Palabra de Dios que recibimos la Palabra vivificante de Dios que despierta un hambre ardiente por Cristo y nos prepara para recibir el cuerpo que da la vida y la Sangre de Cristo.
La Palabra que da vida viene a nosotros en lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, desde el Salmo Responsorial, y desde el Evangelio. La primera lectura es casi siempre desde el Antiguo Testamento, una señal de que nuestras raíces están firmemente plantadas en la tradición judía, donde la lectura de la Ley y los Profetas era una parte del servicio de la sinagoga. Sólo en Pascua esto cambia, porque entonces la primera lectura es del libro de los Hechos de los Apóstoles. La lectura del Antiguo Testamento suele ser elegida para preparar el tema del evangelio que será leído ese día.
La persona que proclama la lectura del Antiguo Testamento se llama lector y el libro utilizado para la lectura se llama el leccionario. Permanecemos sentamos mientras que el lector proclama la lectura desde el ambón o atril, escuchamos con atención hasta oír al lector decir: “La Palabra del Señor”, a la que respondemos, “Demos gracias a Dios”, que significa nuestro asentimiento a lo que se ha leído. 
Nuestra conexión con la antigua forma de adoración en la sinagoga judía, continúa cuando seguidamente cantamos (o recitamos) todos juntos un Salmo Responsorial. Lo ideal sería que el salmo sea dirigido por un cantor, quien canta el verso, mientras nosotros cantamos la respuesta. En ausencia de un cantor, el Salmo puede ser recitado, aunque es preferible cantarlo. Cantar el Salmo es una maravillosa manera de orar. Mientras más familiarizados estamos con estos textos antiguos, más conscientes nos hacemos de la Palabra de Dios,  que nos habla a través de ellos. 
La Palabra de Dios nos sostiene también en la segunda lectura, tomada del Nuevo Testamento. Durante ciertas épocas del año – Navidad, por ejemplo – la segunda lectura puede corresponder al misterio que se celebra. Durante otras épocas del año litúrgico, la segunda lectura puede no tener conexión directa con el Evangelio, pero todavía puede tener un gran significado, si escuchamos con atención.
Una vez que el lector termina la segunda lectura, nos preparamos para dar la bienvenida al Señor que está a punto de proclamar las buenas noticias expresadas en el evangelio del domingo. El  Aleluya, una vez más se fundamenta en la tradición judía, “Hallelujah”, quiere  decir, “¡Alabado sea Javé” que se utilizaba al principio y al final de los salmos destinados a ser utilizados en el Templo.
Aleluya se utiliza durante todo el año litúrgico, excepto durante Cuaresma, cuando es reemplazada con una aclamación equivalente de alabanza. Siempre se canta, nunca se recita, con todos los feligreses de pie. El diácono (o el sacerdote cuando no hay diácono presente) eleva el  Libro de los Evangelios y se prepara para proclamar la Buena Nueva del Evangelio.
Antes de que el Evangelio se proclame desde el ambón, se muestran más señales de respeto, haciendo la Señal de la Cruz sobre el texto. Nosotros hacemos la Señal de la Cruz en nuestra frente, boca y corazón, lo que significa nuestra disposición de abrir nuestras mentes a la palabra, a confesar con nuestras bocas, y salvaguardar en nuestros corazones. Al final de la lectura del Evangelio, el diácono o el sacerdote Reverencian el texto con un beso. Cuando el obispo está presente esta señal de reverencia está reservada para él. Estos signos visuales nos dicen que el Evangelio es una parte especial de la Palabra de Dios y deben ser proclamados  abiertamente a todos nosotros en la mesa de la Palabra de Dios.  

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